que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar y los que entraban se perdían.
Esa obra era un escándalo porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes y el rey de Babilonia, para hacer burla de la simplicidad de su huésped,
le hizo penetrar en el laberinto, donde vagó, afrentado y confundido, hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él, en Arabia, tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribó sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto.
Cabalgaron tres días y le dijo: "¡Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo! En Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros. Ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar ni fatigosas galerías que recorrer ni muros que veden el paso."
Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquel que no muere.
Llevamos tres semanas en el laberinto. Y ahora nos aguarda otra sorpresa. Y es que se ha convertido en un desierto, otra forma de laberinto. Este desierto tiene unas extrañas señales que se perciben a gran distancia. Son cuatro gigantes de hierro hincados en sus arenas.
¿Qué hacen ahí? Son, seguro, las pruebas que superar, las claves que guarda el laberinto para que, si las desciframos, podamos salir.
La primera percepción que nota quien está perdido por este laberinto es que los cuatro monolitos están alineados y ahí quizá signifique algo. Vamos a ver; están alineados de este a oeste, es decir, de oeste a este también. y ahí ya está quizá guardado en esta regularidad uno de los primeros mensajes para la salida del laberinto.
Marca el camino pero, ¿en qué sentido? Si aceptamos que esta alineación es un mensaje perdido en el laberinto para salir ¿pero en qué sentido?
Y eso entra perfectamente en aquello que venimos tratando a lo largo del curso. Han sido dos temas principales, articulados, que han compuesto este curso. Uno de ellos plantearnos el modelo de sociedad que puede surgir de esta situación crítica en la que estamos.
Y la segunda cuestión era el papel de la educación para salir de este presente y para componer, para construir ese nuevo modelo. Pues bien, en todo momento, y ahora quizás es lo que nos está diciendo estas claves del laberinto, la evolución, y por tanto, lo que estamos ahora viviendo, es siempre una sucesión de encrucijadas, es decir, que en cada punto en el que estamos no tenemos asegurado, predeterminado, el siguiente paso que vamos a dar, así que, como encrucijada, salen varios caminos y unos de esos caminos nos llevan a resultados, a lugares indeseados y otros, por el contrario, a aquellos que quizás estamos buscando.
Y así hemos visto, y ahora tenemos que aceptarlo, a lo largo de todo este laberinto el riesgo permanente de que, en este punto en el que estamos, el camino que tomemos sea para agravar lo que ahora criticamos, el modelo de sociedad, los valores que la sostienen, la forma de instalarnos en el mundo, todo esto, considerado no deseado, queremos superarlo pero no por eso tenemos garantizado tomar el otro camino que sale de esta encrucijada.
Lo que quizá hemos trazado a grandes rasgos en Utopedia, en esta utopía que también está presente en este curso, es decir, el deseo de cambiar los valores, la forma de concebir el ser humano, la manera de relacionarnos con los demás e instalarnos en la sociedad, eso que deseamos, un nuevo modelo de educación que no sea la heredada de la sociedad industrial, todo esto es lo que pretendemos, pero no lo tenemos asegurado.
Por eso quizá, lo que nos están diciendo estos símbolos de los monolitos alineados es que estamos en un momento de encrucijada, en un umbral, y las dos posibilidades, la deseada y la indeseada, están presentes.
Segunda observación que el viajero por el laberinto descubre. Y es que, aunque los cuatro monolitos son gigantescos, se percibe una cierta desigualdad entre ellos, no tienen la misma altura. ¿Es otra clave del laberinto para salir de él?
Creo que si. Es el tema también presente a lo largo de todo nuestro curso y que se formula, y la participación de los alumnos así lo ha mostrado, se formula de manera muy significativa cuando se dice, por ejemplo hablando del papel de la tecnología incorporada a los procesos educativos, cuando se dice, "bueno, pero es que con lo desigual que es el mundo, que estemos hablando ahora de iPhone o de 'smartphone', de tabletas, cuando hay situaciones tan hirientes por la desigualdad en las escuelas del mundo, en los sistemas educativos del mundo, ¿es justo?"
Quizá una respuesta apresurada, pero yo creo que con razón, se podía decir de la misma manera se nos podría echar en cara
los cuidados médicos que sólo unos privilegiados en países privilegiados pueden recibir y no por eso hay que criticar la investigación médica y los desarrollos de la tecnología aplicadas a la salud.
Lo que deseamos es que esto se pueda extender a todo el mundo, que suavice la desigualdad, pero no creemos que sea solución el intentar nivelar por debajo aquello que evidentemente está extraordinariamente desajustado según las partes del mundo. Eso creo que es importante, si nosotros pudiéramos decir en cualquier proceso que muestra esa desigualdad, es que esa desigualdad concreta, de avances científicos, de aplicaciones tecnológicas, de formas y hábitos de salud,
de educación, está basada, para conseguir eso, en explotar a otros, es decir, que para que tenga yo esto tiene que ser a costa de tener por debajo a otros, entonces evidentemente hay que rechazarlo. Pero es que estas desigualdades que tenemos
son desigualdades heredadas, que vienen de atrás. Lo que estamos hablando, sea la pedagogía, la educación, sea la tecnología aplicada a nuestra vida y en concreto la educación, es como una tela, como un mantel que se coloca en un terreno irregular.
Por muy buen hilo del que esté tejido esa tela, ese mantel va a tomar las irregularidades sobre la que reposa. Eso es lo que nos pasa, y lo que nos desorienta con respecto a la tecnología, a los nuevos planteamientos educativos, que extendemos esa tela, ese mantel de hilo muy fino sobre las grandes desigualdades que el hombre ha venido acumulando y agudizando en la sociedad industrial. Y eso, reconociendo ya esa desigualdad, ¿qué hacemos?.
Es entonces cuando hay que mirar a la tecnología, a la educación e incluso, como voy a señalar, al poder como instrumentos para intentar suavizar o eliminar estas profundas desigualdades.
La tecnología nos plantea esta paradoja: observamos que a medida que se desarrolla
-¡Y de qué manera tan espectacular!- agudiza las desigualdades, los problemas, las injusticias heredadas y sin embargo, y ahí está la paradoja, no podremos pretender cambiar este mundo desigual e injusto sin el uso de la tecnología.
Cualquier forma de ludismo en el siglo XXI es inapropiada.
Es necesario, por tanto, ver la tecnología como palanca, como una palanca que además cada vez va creciendo más y más uno de sus brazos y en consecuencia cada vez es, fruto de la ley de la palanca, es cada vez menos necesaria una fuerza en ese extremo para remover lo que tenemos en el otro, es decir, que incluso
utilizando esta analogía de la tecnología como palanca, al crecer tanto este brazo, cosas tan livianas como las ideas, los proyectos, las utopías, aplicadas con la tecnología pueden transformarse. Así que propongo que nunca hagamos asco a esa tecnología, apoderémonos de ella, controlémosla, conozcámosla pero, eso sí, asociémosla a las ideas, los proyectos de transformación del mundo.
Y lo mismo la educación.
La educación, nos planteamos una y otra vez, ¿cómo definirla?, ¿cuál es su función en el mundo? Pues muy cambiante a lo largo de la historia, de las situaciones, de los lugares, pero tienen todos
antes y después, en un lugar o en otro, tienen el denominador común
de que
la educación se puede entender
como
el instrumento nivelador en una sociedad.
Es decir,
aquello
que aporta la educación
para intentar suavizar
o
llenar las carencias que hay fuera.
La sociedad,
el mundo,
es desigual,
es extraordinariamente irregular,
unos más, otros menos, carencias, excesos...
Pues bien,
es la educación aquella
que
de alguna manera
da lo que no tiene fuera alguna persona,
consigue suavizar desigualdades de tipo intelectual y no sólo intelectual,
en esa sociedad desigual e injusta.
Así que, si lo que se necesita
es que ese niño
que llega a la escuela está mal alimentado,
la educación además de darle libros
y además de darle conocimientos, información,
le da un vaso de leche.
Si vive ese niño, o esa persona
de más edad,
en un entorno
extraordinariamente anémico de información,
la escuela,
la educación a cualquier nivel, aporta una información que no se encuentra en ese lugar,
que para alcanzarla se necesitan privilegios
tanto de localización -estoy en esta gran ciudad y no en el mundo rural-
como de niveles económicos y sociales.
Así que
en todo momento
la educación
proporciona ese efecto nivelador y ahora que nos sobra en muchas partes del mundo y sociedades,
nos sobra
la información,
lo que reclamamos
para ese efecto nivelador de la educación
es
que nos proporcione
capacidad de metabolizar esa información
que en una sociedad del entretenimiento no tenemos, es decir, que nos ayude
a generar conocimiento.
Así que en cualquier momento
y situación,
la mejor manera de entender
qué hace la educación en una sociedad
es la del efecto nivelador.
Y por último,
educación y poder.
Claro,
no podemos olvidar también a este nivel
la analogía de la palanca.
La palanca,
cierto que es muy importante
la barra
de esa palanca,
pero tanto como eso
es el punto de apoyo y según donde coloques ese punto de apoyo
se podrá cambiar y transformar las cosas
por esa fuerza que apliques en el extremo de la palanca.
Pues bien,
no podemos separar
el poder de la educación.
La educación es siempre una forma de poder.
Un poder que quiere mantener el orden establecido, basado en privilegios o en exclusiones,
o un poder que quiere transformar el mundo.
Tanto uno como otro
tienen que recurrir a esa educación
para ese efecto del poder.
¡Que bien lo dijo ese republicano español
en los años treinta,
Roberto Castrovido, diputado, periodista, cuando dijo:
"se lo disputan
revolucionarios y contrarrevolucionarios, laicos y clericales,
es cierto,
porque la esencia de la revolución está ahí
en el Ministerio de Instrucción Pública"!
Otra de las pruebas que guardan estos monolitos de hierro
para salir de este desierto,
que es un laberinto,
es que observamos
que son unos gigantes de una sola pieza.
Y que esos gigantes
son de hierro;
y nos preguntamos:
¿cómo se han podido transportar hasta aquí?
Claro,
nos lo planteamos
nosotros,
humanos,
en el que
todos los objetos que nos rodean
ocupan un lugar.
Y si ocupan un lugar,
entre ellos hay distancias; y si hay distancias es necesario
emplear un tiempo para recorrerlas.
Sin embargo,
ese mundo virtual
del mundo digital que está emergiendo
se caracteriza, entre sus propiedades más llamativas,
que es un espacio sin lugares.
En consecuencia,
al no haber espacio,
o mejor, al no haber lugares en ese espacio,
el fenómeno de la granularidad
aparece.
O dicho de otra manera:
cuando tenemos que desplazar en este mundo real de objetos
un objeto de un lugar a otro
hay que calcular
la inversión
de energía,
de tiempo,
de dinero.
Así que hay que encontrar el volumen ideal
para realizar de la manera
más eficaz
ese desplazamiento.
Pero en un mundo
sin lugares
¿es necesario eso?
De ahí que aparezca
una consecuencia,
que es la granularidad.
Las cosas parece que
que se hacen cada vez más pequeñas,
porque trasladarlas
no supone
el mismo esfuerzo
que de este lado del espejo.
Así que,
cuando esa granularidad cada vez se ve de manera más palpable,
se nos plantea también la idea de ¿y en la educación?
¿podemos seguir con las mismas estrategias de empaquetamiento
del tiempo,
del espacio,
de los contenidos,
como lo estamos haciendo hasta ahora?
¿Se puede mantener la forma de empaquetar el espacio en aulas,
el tiempo en clases,
las asignaturas,
los libros de texto,
los cursos,
los títulos,
el curriculum?
¿O tenemos que plantearnos,
como en otras ocasiones a lo largo de estas semanas me he referido
a una forma de piezas de Lego,
en la que cada persona,
de acuerdo a sus capacidades, circustancias, intereses,
pueda,
porque se le ofrece a granel,
escoger esas piezas
e ir haciendo sus composiciones
al ritmo y de la forma que convenga?
¿Es un absurdo?
¿Es pedir demasiado al sistema educativo?
O por el contrario, ¿es ahora,
más que una oportunidad,
casi diríamos, una necesidad?
Sin embargo,
estamos
influidos naturalmente
por la concepción
del
modelo de la sociedad industrial
que se aplica a todo.
Y también se aplica
a cómo concebimos los procesos educativos.
Es decir, la idea de
la cadena de montaje,
la cadena de producción.
Es decir,
un proceso
programado, bien programado,
controlado y realizado por pasos en que en cada paso se incorpora un componente hasta dar
el objeto que se quiere conseguir.
Pues bien,
esa idea de montaje ¿no es lo que está sucediendo
en nuestro sistema educativo?
El profesor ya no es
ese maestro artesano,
sino más bien un especialista
que,
en su lugar de la cadena de montaje
hace la intervención sobre lo suyo concreto
y se lo pasa al siguiente y al siguiente.
¿No es cadena de montaje una clase,
para una asignatura,
con un profesor especialista,
y a continuación
repetir
otra clase,
otra asignatura,
otro profesor,
hasta
día tras día, año tras año, curso tras curso,
componer un producto pre-programado?
Eso sí,
con toda serie de controles de calidad.
Y, sin embargo, estamos observando que al final de ese larguísimo proceso,
cuando sale el objeto,
no encaja en ese nicho
del mercado de trabajo.
Y entonces, como cuando algo no encaja, lo intentamos resolver a base de limaduras.
O lo que es peor,
a que como no sale tan favorablemente
como se desea este proceso,
se intenta insistir más sobre lo mismo. Es decir,
programar más
y más controles de producción.
¿Es ésa la solución?
Y es entonces cuando me pregunto (y he hecho antes referencia):
¿todo lo que ya la sociedad industrial ha arrumbado,
se ha perdido irremediablemente?
Vamos viendo fenómenos muy sugerentes de cómo se recuperan cosas parecidas pérdidas
y que se reinterpretan.
¿Se podría reinterpretar
la figura del maestro?
¿De ese maestro
artesano
que tenía, como los artesanos,
su control completo de la producción del objeto?
¿No sería una posibilidad?
¿No hay quizá necesidad de eso?
Fíjense:
hemos hablado,
en esta misma semana,
de que una de las mejores formas de entender qué es la educación
es verla como
su función niveladora.
Es decir, intentar proporcionar en cada momento y en cada lugar concretos
aquello
de lo que se carece fuera
del sistema educativo.
Es decir, es siempre compensación,
proporcionar aquello que no se tiene fuera.
Y que como eso, naturalmente, cambia a lo largo
de los tiempos
y de los lugares,
pues evidentemente, no hay
por qué dar una uniformidad a esto que estoy diciendo.
Pues bien,
quizá
¿no hay necesidad, en la actualidad,
de recuperar
y reinterpretar la figura del maestro?
Un maestro
reinterpretado
que supondría
proporcionar cosas que quizá nos faltan en la actualidad,
como por ejemplo,
esa necesidad que proporciona el magisterio de proximidad. Es decir,
de identificación, de individualización de las personas
por estar
próximas a otras.
Y la afectividad como una de las formas imprescindibles de la educación,
y que un maestro es una de las cosas que más importante proporciona:
la afectividad.
Y esa afectividad que toma múltiples formas:
la del respeto, la de la admiración,
que no es la del sometimiento de una autoridad monolítica,
ni muchísimo menos.
Y sobre todo, algo muy importante:
la sabiduría.
La sabiduría entendida como algo que se adquiere en un momento de la vida cuando te das cuenta
que nada te pertenece,
que nada es tuyo;
que todo te lo han dado otros; otros contemporáneos tuyos, próximos, y otros alejados, desconocidos, anónimos
o perdidos en el tiempo pasado.
Y cuando te das cuenta que todo lo que tienes
te lo han dado,
intentas, de alguna manera,
que el esfuerzo que tú hayas realizado no lo consideres como algo propio, sino que tengas ese deseo,
también,
de volcarlo, de transmitirlo a los demás.
Y ésa es la mejor clave de la sabiduría.
Por eso,
el maestro José Luis Sampedro
dijo
sus últimas palabras
antes de fallecer
de la siguiente manera: "gracias,
muchas gracias a todos". Eso es la sabiduría.
La transmisión de los conocimientos
es como una hoja de papel:
por rica que sea su escritura, el texto que contenga,
si la sueltas, se cae al suelo.
Pero si consigues plegar adecuadamente esa hoja,
la conviertes
en un avión de papel,
entonces
puede surcar el aire
y llegar lejos.
Ésa es la educación, ésa es la pedagogía.
Pues bien,
de nada valdrá
hacer
los pliegues más acertados
para conseguir el avión más volador,
si lo que te rodean
son paredes,
es una estancia muy estrecha.
En seguida su vuelo se frustrará.
Pues bien,
sabiendo eso,
sin embargo,
lo que estamos percibiendo
es que cada vez,
en vez de dilatar esos muros o incluso
derribarlos
para convertirlos
en eso,
en una interpretación del aula sin muros,
se construyen cada vez
muros
más grandes,
más sólidos
y más estrecha la habitación.
Eso que llamamos el control. Y me pregunto ¿por qué ese afán de construir muros y cada vez más sólidos?
¿Será quizá
el miedo a que ese avión
se eche a volar?
Otra de las claves
que guardan estos monolitos
en este laberinto del desierto,
es
que siendo gigantes,
siendo de una sola pieza
de hierro,
sin embargo
son
unas auténticas láminas.
Y ¿no guardará también
otra cuestión
esta forma?
La pregunta de
¿no será la forma de representar
esa proximidad
del mundo
virtual,
y del mundo que llamamos real?,
¿cada vez
más próximos
a nosotros,
cada vez con menor separación entre uno y otro, hasta el punto de que ya hablamos de que lo virtual
habita entre nosotros?
Y la característica principal, que es lo que hace esa invasión
de lo virtual
en lo real
es que
lo virtual
no es, como podríamos pensar en una primera impresión,
una tecnología, un espacio que se se extiende como una red y envuelve el planeta.
No, es un fenómeno de contracción,
una contracción que lleva a un punto, a un álef,
en donde
aparece
el fenómeno, la propiedad de la ubicuidad.
Pero claro, esa ubicuidad,
es decir, ese espacio sin lugares, sin distancias, no sería efectiva
si
los que estuvieran aquí, en este otro mundo,
para alcanzar esta propiedad tuvieran, como es habitual aquí, tener que desplazarse de un lugar a otro
para alcanzar ese álef, no.
Es que,
paralelamente al fenómeno del álef, está el fenómeno de la prótesis.
Es decir,
que los seres humanos empiezan a dotarse
de una prótesis
que les permite que en cualquier lugar donde se encuentren tienen acceso al álef.
Y eso es lo que hace
que ese otro mundo
esté tan presente,
habitando entre nosotros.
El Mar Negro
guarda una historia;
no sólo una historia geológica, sino también una historia humana muy interesante.
En un momento
las aguas del Mediterráneo
penetraron
por el estrecho actual
en un territorio, y lo fueron inundando
hasta alcanzar esas extensiones de agua
la costa que ahora marca el Mar Negro.
Pero parece ser, según nos dicen geólogos y arqueólogos,
que esa inundación
fue
muy rápida.
Es decir, que se sintió como inundación.
Se sintió como catástrofe.
Y el resultado que queda, quizá, grabado
en los restos arqueológicos
que yacen bajo las aguas
provocó toda una perturbación en las poblaciones que ahora están sumergidas.
Y es posible que eso permita
explicar, como dicen algunos, que una de las raíces de ese mito universal del Diluvio
sea la de este hecho histórico.
Cierto
que
por ser universal,
en cualquier lugar donde vayamos,
de culturas distintas nos encontramos con alguna de las interpretaciones del Diluvio.
Es que claro,
en cualquier punto del planeta,
hay montañas
en las que se encuentran en esas alturas restos fósiles de peces,
que sólo para una
persona que no tenga conocimientos de geología y de la orogénesis y sepa que las montañas tienen su origen en el fondo
de los mares y que luego ascienden,
pues pensará que ha tenido que haber un gran ascenso de las aguas, es decir, un diluvio,
para que puedan encontrarse esos restos en esas alturas.
Pero desde luego,
lo que sí es posible
es que fruto de, como digo, de esa experiencia
histórica,
allí haya una raíz
de
uno de los mitos,
una de las interpretaciones del mito del Diluvio.
Y ahora les pregunto, y quizá es lo que hay de clave
en este punto del laberinto,
en esta estrechez
de estas láminas y qué quiere decir,
y es
¿quizá no estemos nosotros viviendo ahora
otro fenómeno del Diluvio?
Es decir, otra grandísima inundación,
una inundación de un mar
de unas aguas de ceros y unos,
que entran
en un territorio de átomos, de objetos, de lugares,
y que fruto de ese
anegamiento, de esa invasión, se produce, como en toda inundación,
una alteración de lo establecido
y hasta un reblandecimiento de lo que hasta ahora era estable.
¿No se está produciendo esto en nuestro mundo,
ante nuestros ojos sorprendidos?
Pero lo interesante de estos fenómenos
de inundación es que si en una primera etapa es anegamiento, invasión,
hay luego una contención
y finalmente la aparición de un fenómeno muy sugestivo, muy sugerente,
y es
que se empieza a crear una dualidad
entre el agua y la tierra.
Y el resultado de ese encuentro dual
aparece el fenómeno de la playa,
que es una línea difusa,
que funciona, precisamente, por el encuentro de las dos. Pero es más, más todavía que el encuentro.
Por la fluctuación,
por las mareas,
por la pleamar y la bajamar, por el flujo y el reflujo... y el resultado es una borrosidad que llamamos "playa".
¿No será ése nuestro mundo en el que tenemos que habitar?
¿Ese mundo dual?
¿El acostumbrarnos a vivir en esa costa, en esa playa,
en donde tenemos al mismo alcance
el agua de los ceros y unos y el de los átomos?
Y desde el punto de vista educativo,
¿podemos seguir manteniendo
una educación sin percibir esa dualidad?
Hay momentos
en que veo el sistema educativo
como un aula inundada
en donde, fruto de esa presencia del agua,
los objetos,
los de siempre,
están flotando
y mostrando entonces la inconsistencia de todo aquello que flota.
Y es que
la educación tendrá que adaptarse
a esa dualidad;
a tener que tratar con personas
que, fruto de la dualidad, están en permanente resonancia
de un mundo a otro.
Eso ahora nos perturba y nos parece desatención.
No sabemos cómo interpretar esos comportamientos,
pero son los síntomas
de que estamos ya
pisando esa playa.
Intuyo que es la última clave del laberinto y esta se expresa en el número cuatro.
¿Por qué cuatro monolitos de hierro en el desierto de arena?
"Cuatro" en árabe es el origen de la palabra en español "arroba".
Arroba como medida de peso y para denominar la abreviatura de los copistas de manuscritos.
El rasgo de la letra "a", en vez de conectar con la letra siguiente, se vuelve hacia ella y la encierra.
Ahí está el símbolo de la clave, de la última prueba del laberinto en el que llevamos ya cuatro semanas.
Desvelada esta clave, nos dice que estamos encerrados en el presente,
un presente con la incertidumbre de todo laberinto,
pero un laberinto no es para quedarse arrinconado, estático, sino para moverse por él.
Así que la búsqueda empeñosa de la salida es la que construye el futuro sin salir por eso del presente.
Pero a la vez, el laberinto es volver, volver a puntos, a lugares por los que ya hemos pasado
y reconocerlos.
Ese es el pasado, que también se construye sin salir del presente; la memoria, para evitar
el extravío, es el reconocimiento de los lugares por los que se ha transitado.
Un laberinto interminable nos daría la inmortalidad
así que no deseamos llegar a la salida del laberinto
pero tampoco parar de recorrerlo.
Si el presente no fuera un laberinto, es decir, tiempo plegado, sería tan solo un punto en una línea recta,
un instante que vuela, como diría Valle Inclán.
Hemos viajado juntos todo este tiempo.
Muchas gracias por su estimulante compañía.
Y como el laberinto es volver,
deseo que en una de sus vueltas y revueltas
nos encontremos de nuevo.
En la revista colombiana ERRATA#8 tienen un texto (pág 82 y ss.) que les servirá de refuerzo de conceptos clave encontrados en el deambular por el laberinto y la exposición sucinta del propósito, más que concepto, de Utopedia.
Un clic en la imagen para acceder a la revista:
http://issuu.com/revistaerrata/docs/errata_8_intertransdiciplinariedad_/82
Y este libro recoge buen número de los temas sobre educación tratados en este curso:
Rodríguez de las Heras, Antonio. Metáforas de la Sociedad Digital. El futuro de la tecnología en la educación. Madrid: Ediciones SM, 2015. Más información y primeras páginas del libro en este enlace: http://www.ardelash.es/sm22.
Comentarios
Publicar un comentario