REPRESENTACIONES CULTURALES DE LAS SEXUALIDADES.





Representaciones culturales de las sexualidades

por Universitat Autònoma de Barcelona







Qué implicaciones tiene leer desde la cultura.

Concepto de cultura:

·         Margaret Mead advirtió que la cultura es el comportamiento aprendido (adquirido) de una sociedad o de un subgrupo (compartido).

·         Raymond Williams, por su parte, advierte que la cultura incluye la organización de la producción, la estructura de la familia, la estructura de las instituciones que expresan o rigen las relaciones sociales. Y las formas características que utilizan los miembros de una sociedad para comunicarse. Williams, pues,

·         Clifford Geertz, quién simplemente advirtió o anotó que la cultura es el conjunto de relatos que nos contamos sobre nosotros mismos. (dimensión textual, narrativa, ficcional)

nuestro lugar

lugar no neutro y no universal, es decir ubicada, situada dentro de una posición cultural.
Aproximarnos culturalmente a un texto, analizarlo desde los estudios culturales, implica saber ir a buscar y encontrar en disciplinas diferentes.
Si tuviéramos que elegir un método propio de análisis del estudio cultural sería justamente el método semiótico, en tanto que se ocupa del análisis de los signos y de los códigos. Obviamente comprender un texto o leer un texto implica leerlo desde un código.
definición de discurso: un discurso consiste en grupos de ideas producidos cultural o socialmente que contienen textos, que contienen signos y códigos y representaciones que describen el poder en relación con los otros.
Como forma de pensamiento es frecuente que un discurso represente una estructura de conocimiento y poder.
 Un análisis del discurso revela estas estructuras y ubica el discurso en unas relaciones históricas, culturales y sociales más amplias
Hay que buscar los antecedentes, hay que ver cómo algo, Que está funcionando hoy, ahora, aquí determinado modo, no funcionó siempre del mismo modo.
Se ha ido construyendo paulatinamente. Es preciso, pues, hacer esta arqueología, ir a ajustar los antecedentes, ir a ver cómo se han ido constituyendo los significados asociados a los signos. Algunas veces, estas arqueologías se encuentran justamente con muchos vacíos. De ahí el concepto de genealogía, al menos como les quiero presentar ahora. Frente a la historia que sería un discurso capaz de construir su narración con elementos relacionados cronológicamente, por supuesto, en una relación de causa consecuencia.
La idea justamente de la ideología, es que es invisible a nuestros propios ojos, es decir, nosotros /nosotras,  estamos viendo el mundo desde una posición ideológica, que nos constituye como sujetos al mismo tiempo  (dinámicas, que las clases dominantes, establecen para de algún modo seguir dominando a las clases subalternas).

El estudio de un texto dentro de un marco cultural, dentro de un sistema relacionado con el poder, dentro de esta tensión y dinámicas jerárquicas.

La representación de la alteridad. 
 El primero de ellos marcaría o señalaría un lugar de enunciación, que podríamos identificar.   Y frente a este lugar de enunciación, digamos no marcado, un lugar de privilegio. Aparecerían, los lugares marcados, las identidades marcadas o el lugar de la alteridad, que giraría cada uno de esos lugares.
Frente a un elemento del lugar central de privilegio.
Es decir, frente a hombre aparecería el lugar marcado mujer, frente a masculino el lugar marcado femenino frente a blanco el lugar marcado negro etc. 
 Ese lugar central que se identifica con la universalidad con la neutralidad. Funciona en tanto que o a través de una serie de binomios o pares de opuestos. 
Quiere decir que, o somos hombre, o somos mujer, tenemos que ser necesariamente una de las dos cosas y en principio pareciera que no podemos ser las dos cosas a la vez. Así pues, ese lugar no marcado frente a las identidades de los lugares marcados se identifica justamente como el lugar del conocimiento.
Como el lugar de la civilización, como el lugar de la cultura cómo el lugar de la verdad, como el lugar universal, objetivo y neutro. Ahí está el conocimiento, ahí está al saber, ahí está la primacía de un determinado lugar identitario.
  Frente a eso, el otro, la alteridad, el lugar marcado queda absolutamente fuera o queda en un afuera constitutivo, ¿qué quiere decir con eso?, que justamente para que exista ese lugar de  necesario ese espacio del afuera. 

 Pensemos antes en la idea de estereotipo. De qué modo el discurso hegemónico, el discurso de poder, necesita que estos elementos, estos lugares marcados sean inmovilizados.
Por un lado necesita que funcionen siempre en forma de par opuesto que tengan sus opuestos. Y que no se entrecrucen.
Que nuestro lugar de identidad sea una y cada vez la de uno de estos elementos.
Además, hay toda una serie de características atribuidas. A cualquiera de estas identidades o lugares identitarios, que lo convierten en un espacio esencialista, fijo, ahistórico e inmóvil.

  Que son seres más cerca de la animalidad, como también, por ejemplo, las mujeres.
En principio a causa o gracias, no se sabe muy bien,  a su maternidad han sido consideradas como seres más alejados del conocimiento de la cultura y de la razón y mucho más cercanos a la naturaleza.

   De modo que, para desde la hegemonía garantizar la pureza, por ejemplo del par heterosexual / homosexual, la jerarquía hegemónica del heterosexual, se garantiza o se sostiene a través de colocar del otro lado de la barra cualquier elemento. Cualquier práctica, cualquier identidad que no sea pura claramente heterosexual la dominante, la heterosexual. Así bajo digamos la etiqueta comodín homosexual se agrupan hombres afeminados, gays, mujeres masculinizadas. Tipo marimacho, lesbianas, cualquier tipo de pervertido, pervertida, pederastas, zoofílicos, exhibicionistas y raritos varios …
  La etiqueta identitaria homosexual en este caso. Preservando también aquí una pureza. No genera otra cosa que la consolidación de la barra.  

 Del Modelo Binomio al Modelo de continuo.  ¿Qué quiere decir eso?. Quiere decir dejar de entender hombre y mujer como un par de conceptos contrarios y complementarios. Y pasar a entender hombre y mujer como dos conceptos que se ubican. En el extremo de un continuo. De modo que en función también del contexto en el que estemos, en ese continuo se trazará una frontera entre lo que sería hombre mujer. Pero que esa frontera es variable. De hecho se desplaza.   Donde en realidad lo que hacemos. Más que pertenecer a uno de los dos, lo que hacemos es participar en grados diferentes de esos dos conceptos.


   CUERPO Y TEXTUALIDAD

AGRAMATICALIDADES CORPORALES

CUERPO Y REPRESENTACIÓN: El cuerpo es la representación del cuerpo
Llevamos al absurdo para su demostración.
El cuerpo no es la representación del cuerpo
1)      El cuerpo es menos que la representación del cuerpo… (o no todo lo que se representa como cuerpo es el cuerpo)
2)      El cuerpo es más que la representación del cuerpo… (o hay un cuerpo que no es representado, que no cabe en las representaciones)

TEXTO E INTERTEXTUALIDAD


•El concepto de texto
 
•El significado entendido como atributo del texto
•El significado entendido como proceso textual: la intertextualidad

Cuerpo
 representación / materialización / producción / construcción / textualización
 t e x t o
código—norma—reglamento—gramática
 s e n t i d o
dinamismo—acción—tránsito in/disciplina—in/docilidad—a/gramaticalidad
 intertextualidad

Una norma no es lo mismo que una regla, y tampoco lo mismo que una ley. Una norma opera dentro de las prácticas sociales como el estándar implícito de la normalización. Aunque una norma pueda separarse analíticamente de las prácticas de las que está impregnada, también puede que demuestre ser recalcitrante a cualquier esfuerzo para descontextualizar su operación. Las normas pueden ser explícitas; sin embargo, cuando funcionan como el principio normalizador de la práctica social a menudo permanecen implícitas, son difíciles de leer; los efectos que producen son la forma más clara y dramática mediante la cual se pueden discernir. Judith Butler, “El reglamento del género” en Deshacer el género, trad. Patrícia Soley-Beltrán. Barcelona: Paidós: 69.

Docilidad
“Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser transformado y perfeccionado”... (Foucault;1975:140). ”Implica una coerción ininterrumpida, constante, que vela sobre los procesos de la actividad más que sobre su resultado y se ejerce según una codificación que reticula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos”... (Foucault;1975:141)

Disciplina(miento)
“[las disciplinas son] métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad - utilidad.”... (Foucault;1975:141).

CUERPO Y TEXTUALIDAD
El cuerpo –no- es la representación del cuerpo
·         El cuerpo es algo más que la representación del cuerpo…
·         El cuerpo es algo menos que la representación del cuerpo…
·         El cuerpo es algo más y algo menos a la vez que la representación del cuerpo.

Intertextualidad
 cuerpo
representación / materialización / producción / construcción / textualización
 t e x t o
código—norma—reglamento—gramática
s e n t i d o
dinamismo—acción—tránsito in/disciplina—in/docilidad—a/gramaticalidad



CONCEPTOS DE SEXO/GENERO.

Expectativas sociales

NORMA
NORMA
EXCLUSIÓN

sexo
macho
hembra
intersex

Género
hombre
mujer
Transexual
rol de género
masculinidad
feminidad
mujer masculina hombre afeminado, etc.
orientación sexual
heterosexual (deseo por el sexo opuesto)
heterosexual (deseo por el sexo opuesto)
homosexualidad lesbianismo bisexualidad
prácticas sexuales
código heterosexual
código heterosexual




La noción plural de 'sexo'

1. Conjunto de las peculiaridades bioquímicas, fisiológicas y orgánicas que dividen a los individuos de una especie en machos y hembras.
2. Sexualidad.
3. Órganos genitales externos. 

1. 'sexo genético, genotípico, cromosómico (XX, XY, XXY,...)
2. 'sexo cerebral' (hipotálamo, lóbulo frontal, actividad neuronal, cuerpo calloso,...)
3. 'sexo gonadal (glándulas sexuales y hormonas: testículos, espermatozoides; o bien, ovarios, óvulos, ...)
4. 'sexo genital' (órganos sexuales internos: próstata, útero; externos: escroto, pene; vagina, vulva, clítoris)






¿Cuántos sexos existen? ¿El sistema sexo/género se ha regido siempre por un modelo dimórfico?

 Thomas Laqueur, La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud (1994)

La deconstrucción del género

"[...] el análisis de la sexualidad como 'dispositivo político', ¿implica necesariamente la elisión del cuerpo, de lo anatómico, de lo biológico, de lo funcional? Creo que a esta primera pregunta se puede responder negativamente. [...] El objetivo es mostrar cómo los dispositivos de poder se articulan directamente en el cuerpo..." (vol. I, 1976, p. 184) Michel Foucault, Historia de la sexualidad.
"No se nace mujer, una llega a serlo"  Simone de Beauvoir, 1949

  La feminidad no depende de la naturaleza biológica sino que se adquiere culturalmente. Así  comienza la crítica al determinismo biológico que justifica la inferiodad del sexo femenino. Aun así, se sigue manteniendo la dicotomía sexual.

  
• El género es el producto de varias tecnologías sociales, como el cine, y de discursos  institucionales, epistemologías varias y prácticas críticas, además de prácticas de la vida cotidiana.  • El género, como la sexualidad, no es una propiedad de los cuerpos o algo que existe originariamente en los seres humanos, sino que es el conjunto de los efectos producidos en cuerpos, comportamientos y relaciones sociales, debido al despliegue de una completa tecnología política. Teresa de Lauretis, "Tecnologías del género" (1989)  

• La construcción del género prosigue en nuestros días a través de las diversas tecnologías del género (como el cine) y diversos discursos institucionales (como la teoría) y tiene el poder de controlar el campo del significado social y por tanto de producir, promover e “implantar” la representación del género.   • La construcción del género es al mismo tiempo el producto y el proceso de su representación. 

El género es performativo puesto que es el efecto de un régimen que regula las diferencias de género. En dicho régimen los géneros se dividen y se jerarquizan de forma coercitiva. Las reglas sociales, tabúes, prohibiciones y amenazas punitivas actúan a través de la repetición ritualizada de las normas. Esta repetición constituye el escenario temporal de la construcción y la desestabilización del género. No hay sujeto que preceda y realice esta repetición de las normas.

Visualización del vídeo Week-end
Judith Butler, “Críticamente subversiva” (1993) 
• PERFORMANCE –

• (< 'mascarada', Womenliness as a Mascarade', Joan Rivière

• < 'actos performativos', Austin 

• La efectividad de los actos performativos deriva de la existencia de un contexto previo de autoridad; se debe más bien a una repetición regulada de un enunciado al que históricamente se le ha otorgado la capacidad de crear la realidad. En este sentido, la performatividad del lgj. puede entenderse como una tecnología, como un dispositivo de poder social y político (Preciado, 2002)

 REPRESENTACIONES CULTURALES DE LAS SEXUALIDADES: 


El género en disputa En la presente guía te proponemos la lectura del «Prefacio» de Judith Butler a su libro El género en disputa.

El feminismo y la subversión de la identidad (1990). La filósofa estadounidense, diez años después de la publicación de este ensayo, incluyó un “Prefacio” en la reedición, en el que comentaba la recepción de su obra a lo largo de esa década, y este es el prefacio sobre el que os planteamos la guía de lectura. En su segundo prefacio, el de 1999, Judith Butler confiesa que no había imaginado que su texto sería tan polémico, ni que se convertiría en uno de los textos fundadores de la teoría queer. En esta introducción nos explica las intenciones que tenía al escribir Género en disputa, como una resistencia ante el uso dicotómico de conceptos como masculino y femenino por parte de la crítica feminista de la época. Y reivindicaba un lugar para otros tipos de sexualidades que no estaban contempladas en ese feminismo centrado en el género como una construcción cultural. Judith Butler reconoce en el prólogo que le han criticado por tener un estilo complicado y difícil, por lo que os animamos a continuar con la lectura del texto hasta el final, y ayudaros de esta guía. Una vez que hayáis leído con atención el texto, os invitamos a que respondáis y reflexionéis sobre las siguientes preguntas:
1. Las teorías feministas critican la situación de la mujer y los roles de género en un contexto heterosexual, ¿pero qué pasaba con otros tipos de sexualidades que no encajaban en la heterosexualidad? De esta cuestión surge el primer punto de «la disputa del género», que se centra en las relaciones entre género y sexo. Judith Butler nos propone que tanto el sexo como el género son una construcción cultural. En nuestra cultura se sobreentiende que si alguien nace con genitales femeninos, es del género femenino, es por tanto una mujer, y su objeto de deseo será un sujeto masculino, y su sexualidad heterosexual. Esta lógica, nos dice Judith Butler, es performativa, es una construcción, no es algo natural. Pero, ¿el sexo también es performativo? ¿Cuál es la diferencia entre sexo y género?

2. El género por tanto no es algo natural, universal y estable (hombre o mujer). No es más que el resultado de cómo nos posicionamos en el mundo, y por tanto, nos dice Butler, el género es performativo. Y su aportación, se centra en la sexualidad también como algo performativo, como una realidad que se genera a través del comportamiento de un sujeto y de su discurso. Si lo que crea las realidades que conocemos y los procesos de subjetivación, no son más que nuestros comportamientos, por ejemplo, decir de un bebé: “Es un niño” es asignarle un rol cultural, un tipo de estética, de intereses, de maneras de hablar, una sexualidad y un tipo de comportamiento, etc., ¿es posible modificar esas realidades sexuales? ¿Un determinado sexo biológico es vinculante a un determinado género? ¿Lo femenino es inherente a ser mujer?

3. Judith Butler habla de lo «normativo» como «concerniente a las normas que rigen el género» y nos dice que «El empeño obstinado de este texto por “desnaturalizar” el género tiene su origen en el deseo intenso de contrarrestar la violencia normativa que conllevan las morfologías ideales del sexo, así como de eliminar las suposiciones dominantes acerca de la heterosexualidad natural o presunta que se basan en los discursos ordinarios y académicos sobre sexualidad». La teórica se plantea cómo las prácticas sexuales no normativas se cuestionan las categorías del género, y nos exigen replantearnos qué es ser mujer y qué es ser hombre. Judith Butler nos propone los estudios queer como una forma de repensar otros tipos de sexualidades y de géneros, fuera de la tradicional dicotomía ser hombre y ser mujer. Nuevas formas de pensar en el género han dado lugar a lo transgénero y la transexualidad, y a nuevas identidades ¿Una mujer lesbiana puede ser/es masculina o femenina? ¿Necesita de esas categorías para construir su identidad?

4. En su texto Judith Butler nos dice: «El género en disputa trata de refutar la idea de que la práctica lésbica materializa la teoría feminista [...] En este escrito el lesbianismo no supone un regreso a lo que es más importante acerca de ser mujer; tampoco consagra la feminidad ni muestra un mundo ginocéntrico [...] Por el contrario, el texto plantea cómo las prácticas sexuales no normativas cuestionan la estabilidad del género como categoría de análisis». Nos dice que hay ciertas prácticas sexuales que se escapan de las categorías de género ser un hombre y ser una mujer. ¿Crees que ciertas prácticas sexuales (no normativo-heterosexuales) 3 tienen el poder de desestabilizar el género? ¿Podemos pensarnos fuera de las categorías de género ser hombre y ser mujer?

5. La filósofa sostiene: «Una es mujer en la medida en que funciona como mujer en la estructura heterosexual dominante, y poner en tela de juicio la estructura posiblemente implique perder algo de nuestro sentido del lugar que ocupamos en el género». ¿Se puede pensar en una sexualidad y un género diferente? ¿Por qué eso nos podría ocasionar problemas de identidad? ¿Esos problemas de identidad son culturales o sexuales? ¿Hay alguna diferencia?

6. En torno a la feminidad y la masculinidad, nos dice que: «Esta cuestión se ha agravado a medida que hemos ido reflexionando sobre varias formas nuevas de pensar un género que han surgido a la luz del transgénero y la transexualidad, la paternidad y la maternidad lésbicas y gays, y las nuevas identidades lésbicas masculina y femenina». Os proponemos reflexionar en torno a la pregunta que se hace la propia Judith Butler «¿Cuándo y por qué, por ejemplo, algunas lesbianas masculinas que tiene hijos hacen de “papá” y otras de “mamá”?». ¿La identidad lésbica masculina está relacionada con “ser (o sentirse) hombre”?


7. ¿Es lo mismo la discriminación de género que la discriminación sexual? 8. Butler reflexiona sobre la transexualidad: «En el instante en que nuestras percepciones culturales habituales y serias fallan, cuando no conseguimos interpretar con seguridad el cuerpo que estamos viendo, es justamente el momento en el que ya no estamos seguros de que el cuerpo observado sea de un hombre o de una mujer», y es entonces cuando se pone en tela de juicio la realidad del género (la frontera entre lo real y lo irreal), y somos conscientes de que lo que tomamos por realidad puede cambiar y no es algo natural (sino construido y convenido socialmente). Por tanto, ¿qué es género y cómo se produce? ¿Qué significación tendría en este contexto el cantante Thomas Neuwirth ganador del concurso de Eurovisión 2014 como Conchita Wurst? ¿Un travesti o un transexual tiene un cuerpo falso o irreal? 9. ¿Qué opinión te merece la complejidad sexual de la que nos habla Butler? ¿Crees que la heterosexualidad normativa tiene algo que ver con la política? 10. Judith Butler finaliza el prólogo diciendo que «Este libro está escrito entonces como parte de la vida cultural de un combate colectivo que ha tenido y seguirá teniendo cierto éxito en la mejora de las posibilidades de conseguir una vida llevadera para quienes viven, o tratan de vivir, en la marginalidad sexual»: ¿Es posible esto en el siglo XXI? Te proponemos reflexionar en el foro en torno a las leyes de países como Rusia sobre los colectivos LGTB.  


PRÁCTICAS SUICIDAS (2006)

 VALERIA ANDRADE





1. “Oiga qué le pasa pues” 
2. “Al vuelo” 
3. “Colchón verde” 
4. “Cañón de carne” 
5. “¿Y ahora? Hacen falta Paredes” 
6. “Angelita atraviesa bajo la montaña” 
7. “El impedimento de la espera o Aguanta mamotreto” 
8. “La Torera” 
9. “Transformer” 


• Arte de Acción 

• El cuerpo como un objeto vulnerado constantemente 
• 9 intervenciones urbanas sobre prácticas corporales cotidianas 
• La representación del “suicidio” que supone para el sujeto la exposición al mundo urbano cotidiano.


 “Manifiesto suicida” en Prácticas suicidas (2006)



“Es entonces que retomando la carnavalesca liturgia iniciática de muerte y resurrección, extremos inseparables e imprescindibles, practico la franca desobediencia y liberación de deseo. Me apego a la ruptura de las barreras del yo en afirmación de una estricta monomanía e intervengo en el espacio conflictivo con la voluntad de traspasar líneas con mi propio cuerpo. Retomo hábitos corporales urbanos para asaltar el espacio público y penetrar sin aviso sus tramas en forma de metáfora, juego o queja; tomándome, como un suicida, todos los riesgos hasta sus últimas consecuencias”.



“Llevé a cabo estas intervenciones porque me apasionan las calles y sus dinámicas, soy militante callejera. Tenía algo concreto que decir a Quito, que iba desde la denuncia y la queja hasta la travesura. Además quería experimentar con los lenguajes del cuerpo. Fue así como intenté situar la anticipación en nuestro contexto caótico y contradictorio; ante el cual, solo la muerte es una anticipación. Y empecé a trabajar con la idea de muerte en el espacio público. De ahí nace lo ‘suicida’” 
Valeria Andrade 


“Cañón de carne”: “Es el acto de suicidio moral femenino. (nota) Schneiderman clasifica la conducta suicida impulsiva en cuatro tipos: 1.- Conducta suicida impulsiva, que generalmente se presenta después de una desilusión, de una frustración o de fuertes sentimientos de enojo. 2.- Sensación de que la vida no vale la pena, sentimiento que suele resultar de un estado depresivo. 3.- Una enfermedad grave, que puede llevar a pensar que “no hay otra salida” 4.- El intento suicida como medio de comunicación, en donde la persona no desea morir, pero quiere comunicar algo por medio del suicidio y así, cambiar la forma en que es tratada por las personas que le rodean (Diccionario de Psicología, Natalia Consuegra Anaya)



 Nos encontramos con otro tipo de denuncia. Aquí nos dice: Es el acto de suicidio moral femenino. Schneiderman clasifica la conducta suicida impulsiva en cuatro tipos. 

Uno, conducta suicida impulsiva, que generalmente se presenta después de una desilusión, de una frustración o de fuertes sentimientos de enojo. 

Dos, sensación de que la vida no vale la pena, sentimiento que suele resultar de un estado depresivo. 

Tres, una enfermedad grave, que puede llevar a pensar que no hay otra salida. 

Cuatro, el intento suicida como medio de comunicación, en donde la persona no desea morir pero quiere comunicar algo por medio del suicidio. Y así cambiar la forma en que es
tratada por las personas que le rodean. 

 Cañón de carne, es vídeo arte. Se trata de un trabajo conceptual, que nos sirve como registro sociológico para cuestionar la morbosidad asociada al cuerpo. Y las estructuras hegemónico patriarcales que representan la corporeidad femenina como pura carne de cañón.
 Aquí vemos como Valeria Andrade, lleva a cabo un acto de suicidio moral femenino en un sistema patriarcal. En esta intervención urbana de video performance veremos cuán cargado está el lenguaje de violencia. La protagonista camina por la calle acosada por las inquisidoras miradas masculinas. 

Mientras escuchamos una llamada real al teléfono de la esperanza quiteño. En la que ella dice, uno no puede salir a la calle sin que le estén diciendo porquerías. Vamos a escuchar esa llamada al teléfono de La Esperanza de Quito. >> [NOISE] Aló, buenas tardes. >> ¿Esta es la línea para personas que tienen así como problemas? >> Por favor, cuénteme. >> Sí, no sé, todo el tiempo estoy así bien triste y angustiada. No veo ningún futuro aquí. ¿Usted sabe por quién votar? >> ¿Perdón? >> Yo no sé por quién votar. Igual me siento todo el tiempo como vulnerable, como que todo el tiempo siempre estamos siendo abusados, ¿no? Y de eso no tengo unas, ganas de, de matarme ¿no?, porque... >> ¿Te dan ganas de suicidarte? >> Sí, sí dan ganas, así como, yo no sé por quien votar. Y todo el tiempo los hombres te están diciendo porquerías ¿no? Uno no puede salir a las calles, siempre está acechado por la violencia. ¿Qué va pasar después? No tendrá ganas de matarse. >> A ver, cuénteme a ver. >> Todo el tiempo te están ofendiendo, ¿no?, uno no puede salir a la calle sin que te digan todo el tiempo porquerías. >> Puta madre. >> El otro día me decían, venga mamita le mamo la rajita ¿Saben lo horrible que es eso? >> ¿Cuándo te pasó eso pues? >> Recién hace unos días, te están viendo asquerosamente, morbosamente. Creo que los hombres nunca se dan cuenta, nunca le creen a una, siempre fingen que es una exageración. Pero te sientes cosa, un pedazo de carne. >> ¿No fácilmente? >> Parece que sí y también siempre me
ha enojado que traten de ligarme, ¿no? >> Pero ahora ¿qué opinas
tú de los hombres? >> Que no hay que esperar nada,
¿cómo puede uno soportar? >> Cada quién es reponsable de caminar. >> Si es que yo camino en la
calle me dicen, ven mamita rica. >> [INAUDIBLE]
>> Si, me hacen así [SOUND] todo el tiempo. >> ¿Tienes coraje vale? >> A veces, pero me da más miedo es
cuando me molestan cuando camino. >> Es que una niña es abusada
sexualmente en el tiempo de la niñez. Tiene a poseerse un espíritu que
se llama espíritu de seducción. Cada vez que esta persona camina,
tiene instintos sólo de seducción. Le ven a uno como que uno
fueron objeto sexual. >> Ajá
>> Entonces eso se les activa y envían sus bituperios,
sus patanadas y toda la cosa. Entonces, hay alternativas que
tú puedas estar tranquila, que tú puedas salir
a la calle por ejemplo. Si hay como ayudarte. >> O sea, que es como que
hubiera un deseo oculto en mi. >> Es justamente válido. >> Y por eso después me dicen cosas. >> Es justamente válido, esa es la verdad. Medítalo, ¿vale? >> Está bien. >> Por favor, gracias por llamarme y
sigue adelante, te pido de todo corazón. >> Lo voy a intentar, si. >> Podéis colgar vuestros comentarios
sobre este vídeo en el foro. Hemos visto como el vídeo está constituido
en torno a la respuesta que le dan cuando Valeria llama al
teléfono de La Esperanza. ¿Pero es éste un teléfono de La Esperanza? Vemos cómo este teléfono de La Esperanza
está absolutamente arraigado en patrones machistas que culpabilizan a la mujer. En el teléfono de la esperanza le dicen,
una niña que es abusada en el tiempo de la niñez, viene a poseer un espíritu,
que se llama espíritu de la seducción. Cada vez que esta persona camina,
tiene instintos sólo de seducción. ¿Qué le está diciendo este hombre? Le está diciendo a esta mujer que
de su cuerpo emana un espíritu de la seducción que la tiene
absolutamente poseída. Una mujer que llama al teléfono de
La Esperanza con ganas de querer morir. Que sale a la calle exponiéndose
a todas esas miradas inquisidoras. Y lo que le pasa, es que está poseída
por el espíritu de la seducción.  

. En Ecuador, la organización internacional para las migraciones, nos ofrecía el dato en 2012 de que hay más de 80 mil mujeres que sufren algún tipo de abuso. Tanto psicológico, físico o sexual. Por lo que hay 230 casos de violencia de género al día. En España, el Ministerio de Sanidad y Asuntos Sociales e Igualdad, publicó que entre enero y septiembre de 2013, hubo 94031 denuncias por maltrato de género. Sólo en denuncias. Otras cifras son aquellas que incluirían todas las denuncias por maltrato de género y todos aquellos casos que no llegaron a ser denunciados. Pero también encontramos Cañón de Carne en Italia. Donde en 1999 el Tribunal Supremo anuló la condena de un violador porque la víctima llevaba jeans. Todavía hoy en la red podéis consultar el artículo que salió en prácticamente todos los diarios de prensa del mundo. En este caso, el Tribunal Supremo consideró que para que se puedan sustraer unos jean, con la dificultad que ello conlleva, había una colaboración por parte de la víctima. Imaginad, esta mujer que fue violada, llamó al teléfono de La Esperanza del Tribunal Supremo ¿Y qué le contestaron?, pues le contestaron con el espíritu de la seducción. 

En una entrevista, Valeria Andrade explica su trabajo y nos dice las reflexiones planteadas en los trabajos, se centran en el ser, y en el ser mujer. En mi experiencia en sujeto con género, miro a un lado, miro a otro, me miro a mi misma, y constato la diversidad. Diversidad que se bifurca desde un plano simbólico, desde uno imaginario, un lenguaje,
una genealogía propiamente femenina. Hacia mundos interiores marcados por la vivencia de ritmos lunares, hormonales, costumbres íntimas, las cuales me conducen a la noción de la diferencia, al territorio de lo otro.
 ¿Cómo se siente el cuerpo de Valeria Andrade expuesto en esas calles bajo esas
inquisidoras miradas masculinas? 
¿Cómo se sienten esos otros cuerpos masculinos expuestos en esa calle? 

Esa es la experiencia también que quiere mostrar con este texto. Presenciamos por tanto un cuerpo urbano que pasa a ser cuerpo de deseo, y cuerpo de delito. Un registro sociológico de la visión femenina, de sentirse en un cuerpo, ser mujer, para cuestionarse la
morbosidad asociada al cuerpo, la doble moral y la hipocresía. El cuerpo es quienes somos, nos representa y se representa. 

El cuerpo de Valeria Andrade representa el cuerpo de una mujer. Un objeto de deseo al que la llamada de socorro culpabiliza por el hecho de tener un cuerpo de mujer y tener un cuerpo del que emana, le dicen, un deseo incontrolable, por el que está poseída. 

En Cañón de Carne, Valeria Andrade muestra cómo nos convertimos en un cuerpo bajo la mirada de todos esos hombres que la observan cuando ella camina. ¿Pero ella se siente el
cuerpo que ven esos hombres? 

Meri Torras, en "El delito del cuerpo, De la evidencia del cuerpo al cuerpo en evidencia", nos dice que los cuerpos se constituyen con una suerte de metáfora de la sociedad a la que pertenecen. Por tanto, cabría preguntarse que simboliza el cuerpo de Andrade expuesto en esas calles de Quito, llenas de inquisidoras miradas masculinas. Podréis responder a esta pregunta y a todas aquellas aquellas otras que os hayan surgido tras ver el trabajo de
Valeria Andrade en el foro. Muchas gracias.

FEMINIDADES Y MASCULINIDADES

Entrevista a Diego Falconí


“1977”. LA PEQUE


¿Qué etapas se representan del/la protagonista, y en qué medida su crecimiento se ve condicionado por la normativa de género?


¿Qué papel tienen los juegos y el deporte durante la escolarización para la autocomprensión del rol de género?



¿Crees que en el corto se hace una crítica al sistema educativo?



¿Qué crees que simboliza el garabato que se dibuja en el estómago del/la protagonista? ¿Qué actuación tiene ésta frente a lo que siente o le provocan familiares, amigos/as, conocidos/as?



¿Qué discursos sobre la sexualidad se ponen en juego en este corto? ¿En qué medida se encuentran imbricados a los discursos sobre sexo y género?



¿Qué actitud adopta el/la protagonista frente a estos discursos?



¿Qué peso tiene el lenguaje respecto a la identidad de género adoptada?

la representación y la comunidad?



¿Cómo valoras el gesto final del/la protagonista?



¿Cómo podrías relacionar este corto con lo que estamos aprendiendo en torno a la identidad, el sexo, el género, 



TRAYECTORIAS DE LA TRANSEXUALIDAD



  Cuando hablamos de la transexualidad, desde el punto de vista de la sociedad, de una ruptura entre la correspondencia del concepto de sexo y género. 



A un sexo asignado le correspondía la representación o la interpretación social de determinado género



Entonces hay una ruptura en las identidades transexuales entre este sexo asignado,

que puede ser hombre o mujer y el género en el que uno quiere o una quiere socializarse.  


Cuando hablemos de identidad, en realidad estamos hablando de identidad de género. Porque si una persona no se reconoce en ninguno de los dos géneros establecidos, sea el masculino o el femenino, socialmente no se le reconoce una identidad.



Cuando hablamos por tanto de identidad, se está hablando en todo momento de identidad de género.



 El cuerpo, por tanto, es el referente de nuestra identidad. Si un cuerpo no es socialmente reconocido como un sujeto de pleno derecho,  la transexualidad sigue siendo considerada una enfermedad mental. Y así está diagnosticada, por tanto hay un contexto normativo que no reconoce a estas personas como sujetos de pleno derecho, los deja en un afuera. El contexto normativo,

  Al sexo macho, hembra como se suele decir, le correspondería un género, este es el sexo y este es el género masculino y femenino. 


¿Qué sucede con las identidades trans?, que se situarían en un afuera del contexto normativa.

 De ahí que Judith Butler repita e insista que toda identidad en realidad es una identidad de género. Porque si socialmente no vives en un género reconocido, la sociedad no te reconoce tu propia identidad, no la acepta.  


  "si algo o alguien no es ni esto/ni lo otro, sino un poco de los dos, pero no del todo. Si algo está en medio de esto o lo otro, si es ambiguo con relación a la clasificación convencional de las cosas. Si es mestiza, si amenaza con su misma ambigüedad la ordenación del sistema, de la realidad esquemática. Si dada su ambigüedad dentro del orden unívoco, es anómalo, desviado-

  
   

Voces inapropiables


La definición médica que se da de la transexualidad es la siguiente. Persona que se siente del sexo opuesto al cual pertenece biológicamente.



La primera es que se habla del sexo opuesto. Es decir, que se concibe de una manera

dicotómica como sexo masculino, sexo femenino,

La gran pregunta que se está implícitamente planteando aquí es, ¿Por qué no puede participarse de ambos géneros? ¿Por qué da tanto miedo esta ambigüedad?


Que significa lo siguiente. Ni hombres, ni mujeres, el binarismo nos enferma Es esta dicotomía , la de hombres y mujeres, la que constituye el fundamento para que se diagnostique la transexualidad de estas personas.  



 El autoodio por no tener el sexo adecuado para poder vivir en el género que uno desea, o una desea. 





NARRATIVAS DE LA INTERTEXTUALIDAD
Noemí Acedo Alonso

De la patología a la condición corporal

• DSD (Disorders of Sex Development)

• Trastorno del Desarrollo Sexual

• (Se emplea una narrativa vinculada con la patología, la enfermedad y la anormalidad, el síndrome, la alteració, la anomalía, la disfunción o la insuficiencia  "cirugías normalizadoras"

• Consecuencias: la insensibilidad genital, traumas psicológicos, dolores crónicos y anorgasmia absoluta

• Definició biomèdica: Richard Goldschmidt ‘variaciones anatómicas sexuales patológicas consideradas ambiguas o engañosas'.


Mª Antonia Massanet, “Narratives de la intersexualitat” (2012)


• Es tracta de la multiplicitat d’estadis intermitjos o de les combinacions dels trets físics que de forma habitual s’utilitzen per classificar les persones entre homes i dones i que comprenen des de l’ADN, fins als trets sexuals secundaris, passant per les gònades, els cromosomes, les hormones, l’ambigüitat genital o les varietats de desenvolupament sexuals i que poden incloure genitals interns o no descendits o mosaïcisme gonadal –més o menys de dos cromosomes, en les seves múltiples variants: X0, XXY, XXXY, XXXXY...–, per posar-ne alguns exemples, ja que el nombre comptabilitzat d’aquestes variacions assoleix, fins al moment, la quantitat no gens menyspreable de 75 tipus diferents.




De La Grace Volcano, Sublime Mutations, Janssen Verlag, 2000.


Anne Fausto-Sterling (2006) y Sharon Preeves (2002) señalan que 1/200 bebés presentan algún tipo de intersexualidad, mientras que 1/2000 tiene un tipo de ambigüedad genital perceptible cuando nace.


Activismo intersex



 En las políticas de la identidad, lo intersex debería ser considerada una identidad más.



 En las agendas feministas y queer, debería incluirse con mayor énfasis la intersexualidad, porque el hecho de poder vivir en el género hombre o mujer se paga muchas veces con intervenciones y mutilaciones sobre partes del cuerpo.



Mauro Cabral (ed.), Interdicciones. Escrituras de la intersexualidad en castellano, Córdoba (Arg.), Anarrés, 2009.


 Redefinición de la intersexualidad: ‘Una condición de no conformidad física con los criterios culturalmente definidos de ‘normalidad’ corporal’ según las premisas de la diferencia sexual y del binarismo de género.


Si no se considera esta redefinición de la identidad intersex, lo que queda comprometido es la misma idea de lo humano/no humano; de quién pertenece a la esfera social y quién queda fuera de ella, en el espacio de la abyección.



TRANSEXUALIDADES. OTRAS MIRADAS POSIBLES
ANORMALOFOBIA – SOCIEDAD NORMALISTA


«Si la construcción de la normalidad ha sido el inicio y el final de la construcción de la -Condición o capacidad de ser otro o distinto-. de lo que se trata es de deconstruir esta normalidad y volver a mirar bien aquello que se representa como alteridad deficiente. Se tratará, como hacen los Disability Studies, de descolonizar y deconstruir el aparato de poder y de saber que gira alrededor de lo que se naturaliza como el otro deficiente. En este sentido, la mayoría de discursos que generan exclusión y sumisión se basan en la naturalización. “La naturalización consiste en atribuir a la propia naturaleza de las cosas el origen de sus problemas”, nos dice Bouamama. Los inmigrantes, los pobres, las personas con discapacidad, llevan en sí mismos los propios problemas. Así, no hace falta cuestionar los procesos ni las desigualdades sociales: las causas principales de los problemas están dentro de las personas que los sufren y la resolución de los mismos es una cuestión de signo individual» Asun Pié Balaguer, Educació social i Teoria Queer. De l’alteritat o les dissidències pedagògiques, Barcelona, Editorial UOC.



OTRAS MIRADAS POSIBLES 



1. Desenfocar a las personas consideradas otras y enfocar el sistema que produce la normalidad y la normatividad y, con ellas, las fronteras entre lo normal/ lo otro; dentro/fuera; … 



2. Revertir el proceso de interiorización de la problemática: del problema individual al problema social. 



3. Tomar consciencia del protagonismo del vínculo entre poder/saber y de la naturalización como principal mecanismo para mantener el status quo (el problema en la naturaleza de las personas). 



4. Frente a la consideración de las identidades como naturales, analizar la incidencia de los discursos en la construcción de las subjetividades y situar el discurso hegemónico como un discurso entre otros.



SISTEMA HETEROPATRIARCAL



“Desde mi punto de vista, la patologización de las transexualidad es solo una pieza de un engranaje mucho más importante, de una maquinaria que ha sido definida como sistema heteropatriarcal. Este sistema se basa en la división binómica de las personas en dos únicos sexos (exclusivos y excluyentes), la superioridad de los hombres sobre las mujeres que naturaliza en los hombres unas determinadas características (la masculinidad tradicional) y en las mujeres otras (la feminidad tradicional), y la atracción de los hombres por las mujeres y al revés para garantizar la reproducción de la especie” (85) 



LA (PROPIA) MIRADA EN EL PUNTO DE MIRA 



“[S]igo pensando que la vida sería más fácil si me operase. Sin embargo, a la vez, no dejo de pensar que mi cuerpo no es ni mejor ni peor que cualquier otro – también carne y huesos- y que el error no puede estar en mi cuerpo. En todo caso, está en la mirada [“en mi mirada”, en la versión catalana], en la mirada de los demás” (67)



UN CAMBIO DE ÓPTICA 



“Si cambiásemos de óptica, podríamos preguntarnos cuál es el conflicto real en el fenómeno trans: ¿es el conflicto individual de haber nacido en este cuerpo o es el conflicto social de cómo abordar este fenómeno? Por un momento, podríamos cambiar de óptica y pensar que la disputa que genera el hecho trans en nuestra cultura es la transfobia, es decir, que no se trata de la existencia de las personas trans sino del rechazo que generan. Visto así, la solución estaría completamente fuera de nuestros cuerpos; estaría en la transformación de nuestros referentes culturales y, sobre todo, en el hecho de asumir que la masculinidad y la feminidad, los hombres y las mujeres, tienen mucho más que ver con la cultura que con la naturaleza” (73)



«“Cuando se operó, volvió a nacer”, “Soy un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer”, “Este no es mi cuerpo”, “La cirugía ha de construirme mi cuerpo real”: el cuerpo de las personas trans se presenta constantemente ubicado en el paradigma del error. Como si realmente hubiera habido un problema en algún momento y, por error, hubiéramos nacido en un cuerpo que no es el nuestro, pero que, afortunadamente, podemos recuperar» (60) 



“Detrás de los tratamientos médicos no está la voluntad de combatir la transfobia sino la de curar y tratar la transexualidad. La transfobia no se combate en los quirófanos haciendo leíbles los cuerpos de las personas trans sino educando la mirada del otro ante la diversidad de cuerpos y géneros existentes. Desde mi punto de vista, a pesar del discurso oficial, la solución a esta situación de discriminación está fuera de nuestro cuerpo” (122)



“Cuando terminé, se inició el turno de palabras hasta que los moderadores decidieron poner punto y final. Una última persona, al fondo de la sala, levantó la mano para pedir la palabra. La reconocí al instante y, de hecho, no me podía creer que fuera a intervenir en ese contexto. Cogió el micrófono inalámbrico y, con la voz muy pausada, empezó a hablar. El silencio de la sala era absoluto, el mío también. Aquella persona era la psiquiatra que me siguió durante años; es ella quien me diagnosticó un trastorno de identidad de género. No sólo era la mía, imagino que también la de los otros miembros de la mesa y la de la mayoría de transexuales que han pasado por el Hospital Clínic, la clínica de referencia en cuestiones de transexualidad en todo Cataluña. Lo primero que hizo fue presentarse como jefe de la Unidad de Trastornos de la Identidad de Género, señalando que era la unidad donde trabajaba desde hacía años diagnosticando a personas con un trastorno de identidad de género. Dijo muchas cosas, utilizaba expresiones como “nuestros pacientes”, “solucionar su problema” y otras ideas que he ido depurando con el tiempo.



 “Invitó a los alumnos de la sala a ir a su despacho para consultar o aclarar en qué consiste el diagnóstico de la transexualidad y, finalmente, insistió en que el discurso de la despatologización no tenía mucho sentido porque su función era ayudar a la gente transexual, y no oprimirla, y que la mayoría de lxs pacientes estaban muy satisfechxs. Por eso, dijo, ya habían empezado a tratar a menores de edad en su unidad. Cuando terminó, se hizo un corto silencio hasta que el auditorio estalló en un grandísimo aplauso a las palabras de la doctora. Incluso algunos miembros de la mesa aplaudieron. Yo no podía dar crédito a su discurso, a la violencia simbólica que aquella intervención implicaba, a cómo me sentía. Aunque en mi discurso intenté situar el debate en otro lugar, sus palabras instauraron de nuevo el orden: yo dejé de ser un activista para pasar a ser un paciente y ella la especialista en transexualidad. Más adelante, supe que la doctora había sido invitada a participar en la mesa pero desestimó la propuesta. Ella no necesitaba sentarse en una mesa con los pacientes: podía hablar desde el público porque era una autoridad y nosotros el ejemplo de su tratamiento. Esta anécdota no es en ningún caso una situación aislada sino que tiene todo que ver con la historia del concepto de transexualidad, y es un ejemplo muy interesante de lo que implica la patologización de nuestras experiencias” (26-28)



UNA CUESTIÓN DE AUTORIDAD 



“La palabra del médico prevalece sobre la autodefinición de la persona” (93) 



UNA CUESTIÓN DE AGENCIA 



“[Gerard Coll-Planas, en La voluntad y el deseo] plantea que, de algún modo, el modelo patologizador es percibido como liberador para muchas personas por diversas razones. De un lado, porque les ofrece una explicación científica de lo que les pasa y un tratamiento posible y, por otro lado, porque les desculpabiliza, es decir, les dice que esta circunstancia que tanto les hace sufrir no la han elegido sino que está determinada biológicamente. Coll-Planas se interroga sobre de qué modo este discurso que nos despoja de culpa también nos ha quitado la agencia sobre nuestras propias vidas” (94-95) 



Y UNA CUESTIÓN DE DISCURSOS, LENGUAJE, NARRATIVAS…




“Mi argumento es que las personas trans se construyen en relación con aquello que conocen, exactamente como el resto de la gente. En este sentido, lo hacemos en función de ciertas ideas corporales sobre lo que se supone que ha de ser una persona transexual. Para obtener el diagnóstico de trastorno de la identidad de género, hay que presentar un relato de vida pasada muy concreto y tener un estilo de vida definido” (53) 



“Detrás de los tratamientos médicos no está la voluntad de combatir la transfobia sino la de curar y tratar la transexualidad. La transfobia no se combate en los quirófanos haciendo leíbles los cuerpos de las personas trans sino educando la mirada del otro ante la diversidad de cuerpos y géneros existentes. Desde mi punto de vista, a pesar del discurso oficial, la solución a esta situación de discriminación está fuera de nuestro cuerpo” (122)



“Curiosamente, a lo largo de los años la vida de mucha gente que se define como transexual se parece sospechosamente a los criterios de diagnóstico de la transexualidad. Podríamos pensar que es porque los criterios han captado muy bien la realidad transexual y efectivamente sirven para identificar el perfil de la persona con un trastorno de la identidad de género […] También se podría estar produciendo otro fenómeno en paralelo: a base de repetir una y mil veces cómo tiene y no tiene que ser una persona transexual, muchas de ellas, sobre todo las más jóvenes, han incorporado los discursos médicos para definirse y explicarse a sí mismas. Por lo tanto, cuando decimos que el relato de infancia es sospechoso, no sólo puede querer decir que la gente está mintiendo a conciencia (que también), sino que quizás hay gente que explica este relato porque se lo cree, porque ha reconstruido su infancia y sus recuerdos de manera que encajen con el manual del médico, ya que es lo único que conoce. Esto no sería un acto consciente, sino más bien un acto de supervivencia” (54-55)



[E]l imaginario social sobre la cuestión trans tiene un especial impacto en la manera en que las personas trans se perciben a sí mismas y se proyectan en el futuro. Estas representaciones nos dan sentido en tanto que nos señalan que la identidad trans existe, porque hay gente viviéndola. Pero como se nos habla de un determinado tipo de persona trans, nos acabamos construyendo en función de este perfil concreto porque no sabemos que existen otros” (79-80)



VIOLENCIA SIMBÓLICA



 “[La violencia transfóbica es] una violencia que no siempre deja cicatrices visibles, que consiste en invisibilizar y presentar un mundo en el que lo normal y lo mejor es ser un hombre si has nacido con genitales masculinos y ser una mujer si han sido femeninos; creando un marco en el que la identidad trans no es pensable, un mundo en el que se nos quiere convencer de que no somos normales. Y si existimos, es por un error de la naturaleza” (122)



DISCURSO HEGEMÓNICO 



“A diferencia de otros discursos trans, el médico se presenta como discurso oficial y hegemónico sobre la transexualidad negando así otras posibilidades. Desde el modelo patologizador no se puede reconocer ningún otro modelo, ninguna otra manera de ser trans, porque justamente se basa en que únicamente existen dos identidades naturales –hombre y mujer- y al margen de hay personas con problemas biológicos que, por alguna razón que todavía no sabemos, nacen con cuerpos equivocados. Por tanto, este modelo no puede reconocer que, de hecho, el género y el sexo son lecturas culturales del cuerpo y que hay diversas maneras de vivir la masculinidad y la feminidad. Si lo reconociera, la teoría patologizadora se invalidaría a sí misma” (94)



SITUAR LA MIRADA / EL LUGAR DE ENUNCIACIÓN (PERO TODAS LAS MIRADAS Y TODOS LOS LUGARES DE ENUNCIACIÓN) 



“La reflexión personal que presento en el siguiente apartado está sin duda influenciada por el hecho de que yo mismo he vivido durante años las terapias de las que hablo y, por lo tanto, mi visión de estos procesos está atravesada por esta experiencia, así como por otras muchas. A menudo, oímos que las voces de los que hemos vivido estas terapias estaban demasiado condicionadas por la propia vivencia como para jugar un papel decisivo en este debate. Por eso, aprovecho para recordar que los psiquiatras que hasta ahora han decidido sobre nuestros futuros están atravesados por su perspectiva médica, y eso no les ha deslegitimado nunca; al contrario, han jugado y juegan todavía el papel de expertos” (46)




REPRESENTACIONES CULTURALES DE LAS SEXUALIDADES



Guía de Lectura: “Lágrimas gordas”, de Rosa Montero 




1. ¿En qué medida crees que contribuye la reacción de Federer a ampliar la concepción de las nuevas masculinidades?¿Estás de acuerdo con la periodista? 



2. ¿Cómo valoras la crítica que hace la periodista a la actitud que mantuvo la novia de Federer? 



3. ¿Hasta qué punto se consolida la perspectiva dicotómica de los roles de género si se lee positivamente el hecho de que un hombre llore en público y, negativamente, si una mujer se mantiene impasible? 



2 (artículo publicado en El País, el 22 de febrero de 2009) 



Qué interesante la reacción de la gente ante el desmoronamiento emocional de Federer en el Open de Australia: se diría que sus lágrimas gustaron más que el propio partido. Por lo menos es de lo que más se habló en todos los sitios, desde las radios hasta las barras de los bares. Del llanto de Federer y del fenomenal ejemplo de elegancia que dio Rafael Nadal, ese genio del deporte y de la vida. Y lo curioso es que los comentarios más conmovedores y conmovidos fueron hechos por hombres. Daba gusto oír reivindicar las lágrimas a tantos varones. Incluso escuché decir más de una vez que el tenista lloró como un hombre. Una frase estupenda que le da la vuelta a la tradicional aridez emocional del machismo. Al detestable mito de ese Boabdil que, tras perder Granada, lloró "como una mujer lo que no supo defender como un hombre", como le dijo, según la leyenda, su propia madre. Y es que las madres, en efecto, han sido grandes transmisoras del sexismo: a menudo las víctimas, justamente por serlo, asumen sin fisuras la ideología que les oprime. En cualquier caso, esa madre de Boabdil era repelente, y puede que el rey nazarí estuviera moqueando amargamente por tener una progenitora tan insufrible, y no por la pérdida de la ciudad. "Los machotes son una rara especie en extinción que al parecer carece de lagrimales". De manera que Federer lloró como un hombre y redimió a Boabdil y a todos los caballeros que alguna vez soltaron un gemido y fueron condenados al infierno viril de los machotes. Los machotes son una rara especie en extinción que al parecer carece de lagrimales. Debe de ser verdaderamente difícil atravesar la vida sin poder permitirse sentir, sin emocionarse. Porque la existencia está llena de momentos acongojantes que te inundan de una pena líquida; y de instantes hermosos que te humedecen los ojos. Yo soy de llanto fácil: lloro en los cines, en los teatros, en las series de televisión y, para mi vergüenza, hasta en los anuncios. Y no sé cómo podría vivir sin ese aliviadero. ¿Cómo se las arreglan los muchos hombres que todavía intentan mantener el tipo y parecerse más a un imperturbable robot que a una persona? Tal vez la prominente nuez de Adán, ese carácter sexual secundario masculino, sea el resultado orgánico de cientos de generaciones de varones permanentemente atragantados por un nudo de lágrimas. El empuje del feminismo y la revolución sexual de los años sesenta puso en cuestionamiento los roles tradicionales. En las últimas décadas, y de forma progresiva, los hombres han empezado a reivindicar sus emociones. Han avanzado mucho, sobre todo los más jóvenes (no es casual que Federer tenga 27 años), pero todavía hay numerosos madelman de hierro alrededor. Pobrecitos: estoy segura de que muchos se dan cuenta de que están pagando un precio exorbitante, pero no son capaces de comportarse de otro modo. Y en la mayoría de los casos creo que ya no se trata de un miedo escénico, es decir, del temor a parecer blandos o no adecuadamente masculinos, sino que es algo 3 mucho más estructural y más profundo: nunca aprendieron a enfrentar y manejar sus emociones, de modo que los sentimientos son para ellos una terra incógnita amedrentante, un pantano de arenas movedizas en el que temen caer con sólo dar un paso. Piensan, me parece, que con permitirse una sola y pequeña emoción pueden desmoronarse. De ahí, quizá, el entusiasmo con que tantos chicos han celebrado las lágrimas del suizo: es un ejemplo liberador. Desde luego resultaba muy conmovedor ver a ese grandullón haciendo pucheros a cara descubierta y sin ocultarse (ni siquiera bajó la cabeza), con el rostro estremecido por la congoja y esas manazas de gigante aplastando sobre las mejillas sus lágrimas gordas. Sí, lloró como un hombre, desde luego. Que es exactamente igual a como lloramos las mujeres. Y por cierto, hablando de mujeres: qué curioso que la novia de Federer, a quien las cámaras enfocaron varias veces durante el ataque de llanto del tenista, mantuviera todo el rato esa expresión de palo, con los ojos secos como el Sáhara mientras todos lagrimeábamos y una mano tapando media cara como si le diera vergüenza ver a su chico roto por las emociones; roto como se rompen los hombres, como nos rompemos las mujeres, como a veces se puede romper cualquier persona. Una actitud en apariencia poco cómplice que podría deberse a un resabio machista semejante al de la madre de Boabdil, o tal vez a que ahora algunas mujeres quieren ocupar el lugar de los machotes que se extinguen. 






Guía de Lectura: "Palabras y palabrotas", en Cuerpos desordenados, de Rafael tS. Mérida Jiménez



1. ¿Cuándo se habla de relaciones sexuales o amorosas en televisión, se hace referencia a la homosexualidad? ¿de qué modo?


2. ¿Cómo son los personajes gays, lésbicos o bisexuales que aparecen en las series de televisión?

3. Si habéis visto documentales, programas de tele-realidad, etc. en los que aparecen “testimonios” de personas gays, lesbianas o bisexuales, ¿cuál es la narrativa de vida que se plantea?


HETEROSEXISMO CULTURAL




PRESUNCIÓN UNIVERSAL DE HETEROSEXUALIDAD

 “El médico dice que dentro de diez días, muy probablemente, ya habrá venido al mundo. Tengo miedo, me da miedo. Me siento demasiado débil y las fuerzas me fallan. Pienso que probablemente no conocerá a la niña, porque será niña, estoy segura, y no podré decidir, si lo hago ahora, su nombre. Quiero que le pongan el tuyo, María, y quiero, también, que mi cuerpo vuelva a la mar, que no lo entierren” 
Carme Riera, “Te dejo, amor, en prenda el mar”


PRESUNCIÓN UNIVERSAL DE HETEROSEXUALIDAD EDUCACIÓN DE LA MIRADA 

 MIOPÍA/CEGUERA CULTURAL Lectura correctiva 
 MARÍA > MARIÀ (MARIANO)

 “Me interesa, en el contexto de este texto, en tanto que pone de manifiesto que tenemos que aprender a inscribir el deseo no ortodoxo en los procesos de interpretación sexual/textual porque de otro modo esta interpretación –tan sesgada como la ortodoxa y la hegemónica– queda proscrita, silenciada, invisibilizada. Necesita, por lo tanto, un compromiso podríamos llamar político (en un sentido amplio del término) para representarse” 




DISCURSO ESENCIALISTA / VISIÓN REDUCCIONISTA 
  
 Por que hay diversas orientaciones sexuales? 

Hay diferentes teorías de orden muy diverso: psicológicas, endocrinológicas, neuroanatómicas, genéticas... Ninguna ha sido científicamente demostrada de forma concluyente. Lo cierto es que la orientación sexual no la elige el individuo, no es modificable ni, tampoco, se transmite. Es una orientación de la persona, una forma de ser total. Lo más natural para gays y lesbianas es ser gays y lesbianas, igual que para los heterosexuales lo es la orientación heterosexual. Pedir a las personas que se comporten de forma contraria a su naturaleza, es decir, a su orientación sexual, pone en grave peligro la salud y el equilibrio psicológico de estas personas. 


VISIÓN UNIVERSALISTA 
  


IDENTIDADES EN CONSTRUCCIÓN 

CONSTRUCCIÓN IDENTITARIA EN NEGOCIACIÓN CON LOS DISCURSOS, LAS NARRATIVAS Y LAS NORMAS. 

ACCIÓN SOCIAL, POLÍTICA 
 constricción (tesis contagio) | deconstrucción categorías, transformación del marco, favorecimiento multiplicación posicionessujeto, etc. Propuestas queer.  

TESIS EDUCATIVA 
 sexualidad política, educable.   

DISCURSO ESENCIALISTA / VISIÓN REDUCCIONISTA 
  

Cómo se llega a ser lesbiana o gay? 

La orientación sexual es involuntaria. Aunque hay gente que descubre su orientación gay o lésbica en diferentes etapas de la vida, la mayoría empieza a hacerlo durante la preadolescencia y la desarrolla durante la adolescencia. No se trata de un descubrimiento de hoy para mañana, sino que es un proceso de conocimiento que suele desarrollarse en las etapas siguientes: Sentimiento de diferencia, sorpresa ante esta diferencia, presa de contacto social y aceptación de la propia orientación. Cabe decir que estas etapas son una abstracción que no siempre se corresponde con los casos particulares. 


  • HETEROSEXUALIDAD OBLIGATORIA Y EXISTENCIA LESBIANA (1980) 
  • ADRIENNE RICH


«No lo escribí para ahondar divisiones sino para animar a las feministas heterosexuales a analizar la heterosexualidad como institución política que debilita a las mujeres, y a cambiarla»

«Quería que el artículo sugiriera tipos nuevos de crítica, que suscitara preguntas nuevas en las aulas y en las revistas universitarias y que, al menos, esbozara un puente sobre el hueco entre lesbiana y feminista»

«Quería, como mínimo, que a las feministas les resultara menos posible leer, escribir o dar clase desde una perspectiva de heterocentrismo incuestionado»

«El sesgo de la heterosexualidad obligatoria, que lleva a percibir la experiencia lesbiana en una escala que va de la desviación a la aberración o a volverla sencillamente invisible […]».

«Aquí me interesan también otras dos cuestiones: primera, cómo y por qué la elección de mujeres por mujeres como camaradas de pasión, compañeras de vida o de trabajo, amantes, comunidad, ha sido aplastada, invalidada, obligada a ocultarse y a disfrazarse; y, segunda, la virtual o total desatención hacia la existencia lesbiana en una amplia gama de escritos, incluida la investigación feminista. Es evidente que las dos cosas están relacionadas. Creo que buena parte de la teoría y crítica feministas están encalladas en este banco de arena »

«Lo que sugiero es que la heterosexualidad, como la maternidad, necesita ser reconocida y estudiada en tanto que institución política, incluso, o especialmente, por esos individuos que tienen la sensación de ser, en su experiencia personal, los precursores de una nueva relación social entre los sexos».

«[…] fuerzas que han convencido a las mujeres de que el matrimonio y la orientación sexual hacia los hombres son componentes inevitables de sus vidas, por más insatisfactorios u opresivos que resulten. El cinturón de castidad, el matrimonio en la infancia, la cancelación de la existencia lesbiana (excepto como exótica y perversa) en el arte, la literatura, el cine; la idealización del enamoramiento y del matrimonio heterosexual, todas estas son formas de coacción bastante evidentes […]».

«las mujeres han sido educadas —tanto por la literatura romántica como por la pornografía— a autopercibirse como presa sexual».

«La ideología del amor romántico heterosexual, que se han hecho brillar desde la infancia los cuentos de hadas, la televisión, el cine, la publicidad, las canciones populares, los cortejos nupciales, es una herramienta […]».

«El supuesto de que “la mayoría de las mujeres son heterosexuales por naturaleza” es un muro teórico y político que bloquea el feminismo. Sigue siendo un supuesto sostenible en parte porque la existencia lesbiana ha sido borrada de la historia o catalogada como enfermedad, en parte porque ha sido tratada como excepcional y no como intrínseca, en parte porque reconocer que, para las mujeres, la heterosexualidad puede no ser en absoluto una “preferencia” sino algo que ha tenido que ser impuesto, gestionado, organizado, propagado y mantenido a la fuerza, es un paso inmenso a dar si una se considera libre e “innatamente” heterosexual».

  • SUBJETIVIDAD, SUJECIÓN Y AGENCIA 

¿En qué sociedad queremos vivir en relación al deseo, el amor y la sexualidad y las categorías a través de las cuales los/nos pensamos y los/nos vivimos?

LA LIBERACIÓN DE LA IDENTIDAD AUTÉNTICA

 “¿Qué es una lesbiana? Una lesbiana es la rabia de todas las mujeres, condensada y a punto de estallar. Es la mujer que, a menudo desde su más tierna infancia, actúa de acuerdo con sus instintos para ser una persona más completa y más humana –quizá entonces, pero con seguridad después- de lo que su sociedad le permite” “En un nivel político/psicológico distinto, debería quedar bien entendido que lo que es crucial es que las mujeres empiecen a liberarse de los modelos de reacción definidos por los hombres. En la privacidad de nuestras propias psiques debemos cortar esas ataduras de raíz. Con independencia de hacia dónde fluya nuestro amor y nuestras energías, si mentalmente seguimos identificadas con lo masculino no nos podemos dar cuenta de nuestra autonomía como seres humanos”

LA LIBERACIÓN DE LA IDENTIDAD AUTÉNTICA

“Es la primacía de las mujeres relacionándose con otras mujeres, de las mujeres creando una nueva conciencia de las mujeres y con otras mujeres, lo que está en el corazón de la liberación de las mujeres y en la base de la revolución cultural. Juntas debemos encontrar, reforzar y validar nuestras auténticas identidades. Mientras lo hacemos, confirmaremos mutuamente el incipiente y luchador sentido de orgullo y fuerza, las barreras que nos separan empezarán a fundirse, sentiremos la solidaridad creciente con nuestras hermanas. Nos veremos a nosotras mismas como lo principal, encontraremos el punto de equilibrio en nuestro interior. Veremos cómo se desvanece el sentimiento de alienación, de estar mutiladas, de estar detrás de una ventana cerrada, de ser incapaces de expresar lo que sabemos que está en nuestro interior. Nos sentiremos como una realidad, sentiremos al fin que nos sentimos plenas. Con esa identidad real, con esas conciencia, empezaremos una revolución que acabe con la imposición de todas las identidades coercitivas, y alcanzaremos la máxima autonomía como seres humanos”


Existe un núcleo de identidad auténtico, subyugado por falsas identidades coercitivas. 

 Se trata de perseguir nuestra autonomía como seres humanos: se presupone una identidad anterior a las normativas de género y heterosexistas.

LA SOBERANÍA AUTOGENÉTICA 
Resultado de imagen de queer
“Qué es queer para nosotr@s. Romper la construcción social de las categorías hombre/mujer, gay/lesbiana… La expresión de nuestras identidades, rechazando los límites de la sexualidad, género, nacionalidad, clase, raza, edad… Rechazamos la sexualidad heteronormalizada y homonormalizada. Desde nuestra realidad, día a día, intentando vivir contra todo lo establecido, lo impuesto, lo institucional” “No somos machos, dominantes, penetrantes, violentos, guerreros, conquistadores, discriminadores, sojuzgadores, antropófagos. Tampoco mujeres, somos otras construcciones subjetivas autónomas y soberanas de nuestros propios sueños de ser”


 Resultado de imagen de alteridad

 ¿quién necesita «identidad»? 
Stuart Hall 

En los últimos años se registró una verdadera explosión discursiva en torno del concepto de «identidad», Resultado de imagen de «identidad»al mismo tiempo que se lo sometía a una crítica minuciosa. 

¿Cómo se explica este paradójico proceso? ¿Y en qué posición nos deja en cuanto al concepto? La deconstrucción se ha realizado en el interior de varias disciplinas, todas ellas críticas, de una u otra manera, de la noción de una identidad integral, originaría y unificada. La filosofía planteó en forma generalizada la crítica del sujeto autó- nomo situado en el centro de la metafísica occidental poscartesiana.

 El discurso de un feminismo y una crítica cultural influidos por el psicoanálisis desarrolló la cuestión de la subjetividad y sus procesos inconscientes de formación. Un yo incesantemente performativo fue postulado por variantes celebratorias del posmodernismo. Dentro de la crítica antiesencialista de las concepciones étnicas, raciales y nacionales de la identidad cultural y la «política de la situación» se esbozaron en sus formas más fundadas algunas aventuradas concepciones teóricas. ¿Qué necesidad hay, entonces, de otro debate más sobre la «identidad»? ¿Quién lo necesita? Hay dos maneras de responder a esta pregunta. La primera consiste en señalar un rasgo distintivo de la crítica deconstructiva a la que fueron sometidos muchos de estos conceptos esencialistas. A diferencia de las formas de crítica que apuntan a reemplazar conceptos inadecuados por otros «más verdaderos» o que aspiran a la producción de conocimiento positivo, el enfoque deconstructivo somete a «borradura» los conceptos clave. Esto indica que ya no son útiles —«buenos para ayudarnos a pensar»— en su forma originaria y no reconstruida. Pero como no fueron superados dialécticamente y no hay otros conceptos ente12 13 ramente diferentes que puedan reemplazarlos, no hay más remedio que seguir pensando con ellos, aunque ahora sus formas se encuentren destotalizadas o deconstruidas y no funcionen ya dentro del paradigma en que se generaron en un principio (cf. Hall, 1995). La línea que los tacha permite, paradójicamente, que se los siga leyendo. Derrida describió este enfoque como pensar en el límite, pensar en el intervalo, una especie de doble escritura. «Por medio de esta doble escritura desalojada y desalojadora y detalladamente estratificada, debemos señalar también el intervalo entre la inversión, que pone abajo lo que estaba arriba, y el surgimiento invasor de un nuevo "concepto", un concepto que ya no puede y nunca podría ser incluido en el régimen previo» (Derrida, 1981). La identidad es un concepto de este tipo, que funciona «bajo borradura» en el intervalo entre inversión y surgimiento; una idea que no puede pensarse a la vieja usanza, pero sin la cual ciertas cuestiones clave no pueden pensarse en absoluto. Un segundo tipo de respuesta nos exige señalar dónde, y en relación con qué conjunto de problemas, surge la irreductibilidad del concepto de identidad. Creo que en este caso la respuesta radica en su carácter central para la cuestión de la agencia y la política. Cuando hablo de polí- tica me refiero a la significación del significante «identidad» en las formas modernas de movilización política, su relación axial con una política de la situación, pero también a las dificultades e inestabilidades notorias que afectaron de manera característica todas las formas contemporáneas de «política identitaria». Al decir «agencia» no expreso deseo alguno de volver a una noción no mediada y transparente del sujeto o de la identidad como autores centrados de la práctica social, o de restaurar un enfoque que «coloca su propio punto de vista en el origen de toda historicidad, el cual, en síntesis, lleva a una conciencia trascendental» (Foucault, 1970, pág. xiv). Coincido con Foucault en que no necesitamos aquí «una teoría del sujeto cognosciente, sino una teoría de la práctica discursiva». Creo, sin embargo, que —como lo muestra con claridad la evolución de la obra de Foucault— este descentramiento no requiere un abandono o una abolición del «sujeto», sino una reconceptualización: pensarlo en su nueva posición desplazada o descentrada dentro del paradigma. Al parecer, la cuestión de la identidad o, mejor, si se prefiere destacar el proceso de sujeción a las prácticas discursivas, y la política de exclusión que todas esas sujeciones parecen entrañar, la cuestión de la identificación, se reitera en el intento de rearticular la relación entre sujetos y prácticas discursivas. La identificación resulta ser uno de los conceptos menos comprendidos: casi tan tramposo como «identidad», aunque preferible a este; y, sin duda, no constituye garantía alguna contra las dificultades conceptuales que han acosado a este último. Su uso implica extraer significados tanto del repertorio discursivo como del psicoanalí- tico, sin limitarse a ninguno de los dos. Este campo semántico es demasiado complejo para desentrañarlo aquí, pero al menos resulta útil establecer de manera indicativa su pertinencia para la tarea en cuestión. En el lenguaje del sentido común, la identificación se construye sobre la base del reconocimiento de algún origen común o unas características compartidas con otra persona o grupo o con un ideal, y con el vallado natural de la solidaridad y la lealtad establecidas sobre este fundamento. En contraste con el «naturalismo» de esta definición, el enfoque discursivo ve la identificación como una construcción, un proceso nunca terminado: siempre «en proceso». No está determinado, en el sentido de que siempre es posible «ganarlo» o «perderlo», sostenerlo o abandonarlo. Aunque no carece de condiciones determinadas de existencia, que incluyen los recursos materiales y simbólicos necesarios para sostenerla, la identificación es en definitiva condicional y se afinca en la contingencia. Una vez consolidada, no cancela la diferencia. La fusión total que sugiere es, en realidad, una fantasía de incorporación. (Freud siempre habló de ella en relación con «consumir al otro», como veremos dentro de un momento.) La identificación es, entonces, un proceso de articulación, una sutura, una sobredeterminación y no una subsunción. Siempre hay «demasiada» o «demasiado poca»: una sobredeterminación o una falta, pero nunca una proporción adecuada, una totalidad. Co14 15 mo todas las prácticas significantes, está sujeta al «juego» de la différance. Obedece a la lógica del más de uno. Y puesto que como proceso actúa a través de la diferencia, entraña un trabajo discursivo, la marcación y ratificación de límites simbólicos, la producción de «efectos de frontera». Necesita lo que queda afuera, su exterior constitutivo, para consolidar el proceso. De su uso psicoanalítico, el concepto de identificación hereda un rico legado semántico. Freud lo llama «la primera expresión de un lazo emocional con otra persona» (Freud, 1921/1991). En el contexto del complejo de Edipo, sin embargo, toma las figuras parentales como objetos a la vez amorosos y de rivalidad, con lo cual instala la ambivalencia en el centro mismo del proceso. «La identificación es, de hecho, ambivalente desde el comienzo mismo» (Freud, 1921/1991, pág. 134). En «Duelo y melancolía» no es lo que nos ata a un objeto existente, sino a una elección objetal abandonada. En primera instancia, es un «moldeado a imagen del otro» que compensa la pérdida de los placeres libidinales del narcisismo primario. Se funda en la fantasía, la proyección y la idealización. Su objeto es con igual probabilidad aquel que se odia como aquel que se adora; y es devuelto al yo inconsciente con igual frecuencia con que «nos saca de nosotros mismos». Freud elaboró la distinción crucial entre «ser» y «tener» al otro con referencia a la identificación: «Se comporta como un derivado de la primera fase oral de organización de la libido, en la que el objeto que deseamos se asimila comiéndolo y, de ese modo, se aniquila como tal» (1921/1991, pág. 135). «Vistas en su conjunto, las identificaciones —señalan Laplanche y Pontalis (1985)— no son en modo alguno un sistema relacional coherente. Dentro de una agencia como el superyó, por ejemplo, coexisten demandas que son diversas, conflictivas y desordenadas. De manera similar, el ideal del yo está compuesto de identificaciones con ideales culturales que no son necesariamente armoniosos» (pág. 208). No sugiero con ello que todas estas connotaciones deban importarse al por mayor y sin traducción a nuestras reflexiones en torno de la «identidad», pero las menciono para indicar los novedosos repertorios de significados con los cuales hoy se declina el término. El concepto de identidad aquí desplegado no es, por lo tanto, esencialista, sino estratégico y posicional. Vale decir que, de manera directamente contraria a lo que parece ser su carrera semántica preestablecida, este concepto de identidad no señala ese núcleo estable del yo que, de principio a fin, se desenvuelve sin cambios a través de todas las vicisitudes de la historia; el fragmento del yo que ya es y sigue siendo siempre «el mismo», idéntico a sí mismo a lo largo del tiempo. Tampoco es —si trasladamos esta concepción esencializadora al escenario de la identidad cultural— ese «yo colectivo o verdadero que se oculta dentro de los muchos otros "yos", más superficiales o artificialmente impuestos, que un pueblo con una historia y una ascendencia compartidas tiene en común» (Hall, 1990), y que pueden estabilizar, fijar o garantizar una «unicidad» o pertenencia cultural sin cambios, subyacente a todas las otras diferencias superficiales. El concepto acepta que las identidades nunca se unifican y, en los tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas; nunca son singulares, sino construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzados y antagónicos. Están sujetas a una historización radical, y en un constante proceso de cambio y transformación. Es preciso que situemos los debates sobre la identidad dentro de todos esos desarrollos y prácticas históricamente específicos que perturbaron el carácter relativamente «estable» de muchas poblaciones y culturas, sobre todo en relación con los procesos de globalización, que en mi opinión son coextensos con la modernidad (Hall, 1996) y los procesos de migración forzada y «libre» convertidos en un fenómeno global del llamado mundo «poscolonial». Aunque parecen invocar un origen en un pasado histórico con el cual continúan en correspondencia, en realidad las identidades tienen que ver con las cuestiones referidas al uso de los recursos de la historia, la lengua y la cultura en el proceso de devenir y no de ser; no «quiénes somos» o «de dónde venimos» sino en qué podríamos convertirnos, cómo nos han 16 17 representado y cómo atañe ello al modo como podríamos representarnos. Las identidades, en consecuencia, se constituyen dentro de la representación y no fuera de ella. Se relacionan tanto con la invención de la tradición como con la tradición misma, y nos obligan a leerla no como una reiteración incesante sino como «lo mismo que cambia» (Gilroy, 1994): no el presunto retorno a las raíces sino una aceptación de nuestros «derroteros».* Surgen de la narrativización del yo, pero la naturaleza necesariamente ficcional de este proceso no socava en modo alguno su efectividad discursiva, material o política, aun cuando la pertenencia, la «sutura en el relato» a través de la cual surgen las identidades resida, en parte, en lo imaginario (así como en lo simbólico) y, por lo tanto, siempre se construya en parte en la fantasía o, al menos, dentro de un campo fantasmático. Precisamente porque las identidades se construyen dentro del discurso y no fuera de él, debemos considerarlas producidas en ámbitos históricos e institucionales específicos en el interior de formaciones y prácticas discursivas específicas, mediante estrategias enunciativas especí- ficas. Por otra parte, emergen en el juego de modalidades específicas de poder y, por ello, son más un producto de la marcación de la diferencia y la exclusión que signo de una unidad idéntica y naturalmente constituida: una «identidad» en su significado tradicional (es decir, una mismidad omniabarcativa, inconsútil y sin diferenciación interna). Sobre todo, y en contradicción directa con la forma como se las evoca constantemente, las identidades se construyen a través de la diferencia, no al margen de ella. Esto implica la admisión radicalmente perturbadora de que el significado «positivo» de cualquier término —y con ello su «identidad»— sólo puede construirse a través de la relación con el Otro, la relación con lo que él no es, con lo que justamente le falta, con lo que se ha denominado su afuera constitutivo (Derrída, 1981; Laclau, 1990; Butler, 1993). A lo largo de sus trayectorias, las identidades pue* El autor hace aquí un juego entre las palabras roots, raíces, y routes, rumbos, caminos, derroteros, que son casi homófonas. (N. del T.) den funcionar como puntos de identificación y adhesión sólo debido a su capacidad de excluir, de omitir, de dejar «afuera», abyecto. Tbda identidad tiene como «margen» un exceso, algo más. La unidad, la homogeneidad interna que el término identidad trata como fundacional, no es una forma natural sino construida de cierre, y toda identidad nombra como su otro necesario, aunque silenciado y tácito, aquello que le «falta». Laclau (1990) sostiene con vigor y persuasión que «la constitución de una identidad social es un acto de poder» dado que, «Si (...) una objetividad logra afirmarse parcialmente, só- lo lo hace reprimiendo lo que la amenaza. Derrida demostró que la constitución de una identidad siempre se basa en la exclusión de algo y el establecimiento de una jerarquía violenta entre los dos polos resultantes: hombre / mujer, etc. Lo peculiar del segundo término queda así reducido a la función de un accidente, en oposición al carácter esencial del primero. Sucede lo mismo con la relación negro-blanca, en que el blanco, desde luego, es equivalente a "ser humano". "Mujer" y "negro" son entonces "marcas" (esto es, términos marcados) en contraste con los términos no marcados de "hombre" y "blanco"» (Laclau, 1990, pág. 33).* De modo que las «unidades» proclamadas por las identidades se construyen, en realidad, dentro del juego del poder y la exclusión y son el resultado, no de una totalidad natural e inevitable o primordial, sino del proceso naturalizado y sobredeterminado de «cierre» (Bhabha, 1994; Hall, 1993). Si las «identidades» sólo pueden leerse a contrapelo, vale decir, específicamente no como aquello que fija el juego de la diferencia en un punto de origen y estabilidad, sino como lo que se construye en o través de la différance y es constantemente desestabilizado por lo que excluye, ¿có- mo podemos entender su significado y teorizar su surgimiento? En su importante artículo «Difference, diversity * «Marcados» debe entenderse aquí no sólo como «señalados», sino también con el matiz de «sospechosos» o «condenados». (N. del T.) 18 19 and differentiation», Avtar Brah (1992, pág. 143) formula una significativa serie de preguntas planteadas por estas nuevas maneras de conceptualizar la identidad: «Pese a Fanón, todavía deben emprenderse muchos trabajos sobre el tema de la constitución del "otro" racializado en el dominio psíquico. ¿Cómo debe analizarse la subjetividad poscolonial racializada y de género? El hecho de que el psicoanálisis privilegie la "diferencia sexual" y la primera infancia, ¿limita su valor explicativo en lo concerniente a ayudarnos a comprender las dimensiones psíquicas de fenómenos sociales como el racismo? ¿Cómo se articulan el "orden simbólico" y el orden social en la formación del sujeto? En otras palabras, ¿cómo debe teorizarse el vínculo entre la realidad social y la realidad psíquica?» (1992, pág. 142). Lo que sigue es un intento de empezar a responder esta decisiva pero perturbadora serie de preguntas. En algunos trabajos recientes sobre este tópico, me he apropiado del término identidad de una forma que, sin duda, no es compartida por muchos y tal vez no sea bien entendida. Uso «identidad» para referirme al punto de encuentro, el punto de sutura entre, por un lado, los discursos y prácticas que intentan «interpelarnos», hablarnos o ponernos en nuestro lugar como sujetos sociales de discursos particulares y, por otro, los procesos que producen subjetividades, que nos construyen como sujetos susceptibles de «decirse». De tal modo, las identidades son puntos de adhesión temporaria a las posiciones subjetivas que nos construyen las prácticas discursivas (véase Hall, 1995). Son el resultado de una articulación o «encadenamiento» exitoso del sujeto en el flujo del discurso, lo que Stephen Heath llamó «una intersección» en su artículo pionero «Suture» (1981, pág. 106). «Una teoría de la ideología no debe iniciarse con el sujeto sino como una descripción de los efectos de sutura, la efectuación del enlace del sujeto con estructuras de sentido». Las identidades son, por así decirlo, las posiciones que el sujeto está obligado a tomar, a la vez que siempre «sabe» (en este punto nos traiciona el lenguaje de la conciencia) que son representaciones, que la representación siempre se construye a través de una «falta», una división, desde el lugar del Otro, y por eso nunca puede ser adecuada —idéntica— a los procesos subjetivos investidos en ellas. La idea de que una sutura eficaz del sujeto a una posición subjetiva requiere no sólo que aquel sea «convocado», sino que resulte investido en la posición, significa que la sutura debe pensarse como una articulación y no como un proceso unilateral, y esto, a su vez, pone firmemente la identificación, si no las identidades, en la agenda teórica. Las referencias al término que describe la convocatoria hecha al sujeto por el discurso —la interpelación— nos recuerdan que este debate tiene una prehistoria significativa e inconclusa en los argumentos suscitados por el artículo de Althusser «La ideología y los aparatos ideológicos de Estado» (1971). Este artículo introdujo la noción de interpelación y la estructura especular de la ideología en un intento de eludir el economicismo y reduccionismo de la teoría marxista clásica de la ideología, y de reunir en un único marco explicativo tanto la función materialista de esta en la reproducción de las relaciones sociales de producción (marxismo) como (por medio de los elementos tomados de Lacan) su función simbólica en la constitución de los sujetos. En su reciente análisis de este debate, Michele Barrett hizo mucho para demostrar «la naturaleza profundamente dividida y contradictoria del argumento que Althusser empezaba a plantear» (Barrett, 1991, pág. 96; véase también Hall, 1985, pág. 102: «En ese artículo, los dos aspectos del difícil problema de la ideología quedaron fracturados, y desde entonces se asignaron a polos diferentes»). No obstante, el ensayo sobre los aparatos, como ha llegado a conocérselo, resultó ser un momento muy significativo, aunque no exitoso, del debate. Jacqueline Rose, por ejemplo, sostuvo en Sexuality in the Field of Vision (1986) que «la cuestión de la identidad —cómo se constituye y mantiene— es por lo tanto el tópico central por medio del cual el psicoanálisis entra en el campo político». 20 21 «Esta es una razón por la que el psicoanálisis lacaniano llegó a la vida intelectual inglesa, vía el concepto althusseriano de la ideología, a través de los caminos del feminismo y el análisis cinematográfico (un hecho a menudo utilizado para desacreditar a los tres). El feminismo, porque la cuestión de cómo se reconocen los individuos en cuanto varones o mujeres, la exigencia de que así lo hagan, parece mantener una relación fundamental con las formas de desigualdad y subordinación que aquel procura cambiar. El cine, porque su poder como aparato ideológico se apoya en los mecanismos de identificación y fantasía sexual en los cuales, al parecer, todos participamos, pero que —fuera del cine— sólo se admiten en su mayor parte en el diván. Si la ideología es eficaz, es porque funciona en los niveles más rudimentarios de la identidad psíquica y las pulsiones» (Rose, 1986, pág. 5). Sin embargo, si no queremos pasar directamente de un reduccionismo economicista a un reduccionismo psicoanalítico, es necesario agregar que, si la ideología es eficaz, se debe a que actúa a la vez «en los niveles más rudimentarios de la identidad psíquica y las pulsiones» y en el nivel de la formación y las prácticas discursivas constituyentes del campo social; y los verdaderos problemas conceptuales radican en la articulación de estos campos mutuamente constitutivos pero no idénticos. El término identidad —que surge precisamente en el punto de intersección entre ellos— es así el lugar de la dificultad. Vale la peña añadir que es improbable que alguna vez podamos armonizar estos dos constituyentes como equivalentes: el inconsciente actúa entre ellos como la barrera o el corte que lo convierte en «el sitio de una perpetua postergación o aplazamiento de la equivalencia» (Hall, 1995) pero del cual, por ese motivo, no puede desistirse. El artículo de Heath (1981) nos recuerda que Michel Pécheux trató de elaborar un tratamiento del discurso dentro de la perspectiva althusseriana y constató, en sustancia, la brecha insalvable entre la primera y la segunda mitad del ensayo de Althusser en términos de «la pesada ausencia de una articulación conceptual elaborada entre la ideología y el inconsciente» (citado en Heath, 1981, pág. 106). Pécheux intentó hacer una «descripción con referencia a los mecanismos de la puesta en posición de sus sujetos» (Heath, 1981, págs. 101-2), utilizando la noción foucaultiana de la formación discursiva como factor «determinante de lo que puede y debe decirse». Heath presenta así el argumento de Pécheux: «Los individuos se constituyen como sujetos por medio de la formación discursiva, un proceso de sujeción en el cual [abrevando en los elementos lacanianos adoptados por Althusser en lo concerniente al carácter especular de la constitución de la subjetividad] el individuo es identificado como sujeto de esa formación en una estructura de desconocimiento (y presentado así como la fuente de los significados de los cuales es un efecto). La interpelación da nombre al mecanismo de esta estructura de desconocimiento, en concreto el término del sujeto en lo discursivo y lo ideológico, el punto de su correspondencia» (1981, págs. 101-2). Dicha «correspondencia», sin embargo, permanecía inquietantemente sin resolución. La interpelación, aunque continúa usándose como un modo general de describir el «emplazamiento» del sujeto, estaba sometida a la famosa crítica de Hirst. Dependía —sostenía este— de un reconocimiento que, en sustancia, el sujeto debía ser capaz de efectuar antes de haberse constituido como sujeto dentro del discurso. «Ese algo que no es un sujeto debe tener ya las facultades necesarias para respaldar el reconocimiento que lo constituirá como sujeto» (Hirst, 1979, pág. 65). Este argumento demostró ser muy persuasivo para muchos de los ulteriores lectores de Althusser, y provocó en concreto una intempestiva interrupción en todo ese campo de investigación. La crítica era sin duda formidable, pero es posible que la interrupción de toda investigación ulterior en ese punto haya resultado prematura. La crítica de Hirst logró mostrar que todos los mecanismos constituyentes del sujeto en el discurso como una interpelación (a través de la es23 tructura especular del desconocimiento, modelada sobre el estadio del espejo lacaniano) corrían el peligro de presuponer un sujeto ya constituido. Sin embargo, como nadie propuso renunciar a la idea del sujeto constituido en el discurso como un efecto, aún quedaba por demostrar cuál era el mecanismo no susceptible de ser considerado un supuesto previo que podía emprender esa constitución. El problema se postergó, sin haber sido resuelto. Algunas de las dificultades, al menos, parecían deberse a la excesiva aceptación a su valor nominal, y sin restricciones, de la propuesta un tanto sensacionalista de Lacan de que todo lo constitutivo del sujeto no sólo se produce a través de este mecanismo de resolución de la crisis edípica, sino que ocurre en el mismo momento. ¡La «resolución» de la crisis edípica, en el lenguaje extremadamente condensado de los ardorosos evangelistas lacanianos, era idéntica y se producía por medio del mecanismo equivalente a la sumisión a la Ley del Padre, la consolidación de la diferencia sexual y la entrada en el lenguaje, así como —según Althusser— a la afiliación a las ideologías patriarcales de las sociedades occidentales del capitalismo tardío! En estas condensaciones polémicas y equivalencias hipotéticamente alineadas se disuelve la noción más compleja de un sujeto en proceso. (¿El sujeto se racializa, nacionaliza y constituye como sujeto empresarial liberal tardío también en este momento?) También Hirst parece haber asumido lo que Michele Barrett llama «el Lacan de Althusser». Sin embargo, tal como él lo expresa, «el complejo y azaroso proceso de formación de un adulto humano a partir de "un pequeño animal" no corresponde necesariamente al mecanismo althusseriano de la ideología (...) a menos que el Niño (...) permanezca en el estadio del espejo de Lacan o que llenemos su cuna de supuestos antropológicos» (Hirst, 1979). Su respuesta a esto es un tanto superficial. «No tengo quejas contra los Niños ni quiero calificarlos de ciegos, sordos o mudos con el mero objetivo de negar que poseen las capacidades de sujetos filosóficos y tienen los atributos de sujetos "cognoscientes" al margen de su formación y capacitación como seres sociales». Aquí está en discusión la capacidad de autorreconocimiento. Pero es injustificable suponer que el «reconocimiento» es un atributo puramente cognitivo, y menos aún «filosófico», e improbable que deba aparecer en el niño de una sola vez y establecer con ello un antes y un después. De manera inexplicable, en este punto las apuestas parecen haber sido efectivamente excesivas. No parece necesario dotar al «pequeño animal» de todo el aparato filosófico para explicar por qué puede tener la capacidad de «desconocerse» en la mirada desde el lugar del otro, que es todo lo que necesitamos para poner en movimiento el pasaje entre lo Imaginario y lo Simbólico en términos de Lacan. Después de todo, y de acuerdo con Freud, la investidura básica de las zonas de actividad corporal y el aparato de la sensación, el placer y el dolor ya debe estar «enjuego», aunque sea en forma embrionaria, a fin de que pueda establecerse una relación de cualquier tipo con el mundo externo. Ya existe una relación con una fuente de placer —la relación con la Madre en el Imaginario— y, por lo tanto, también debe haber algo que sea capaz de «reconocer» qué es el placer. En su artículo sobre «El estadio del espejo», el propio Lacan señaló que «el niño, en un momento en que, por breve que sea, es superado por el chimpancé en inteligencia instrumental, ya puede, no obstante, reconocer su propia imagen en el espejo». Más aún, la crítica parece instalarse en una forma lógica más bien binaria, antes/después u o bien/o bien. El estadio del espejo no es el comienzo de algo, sino la interrupción —la pérdida, la falta, la división— que inicia el proceso «fundador» del sujeto sexualmente diferenciado (y el inconsciente), y esto depende no sólo de la formación instantánea de alguna capacidad cognitiva interna, sino de la ruptura dislocadora de la mirada desde el lugar del Otro. Para Lacan, sin embargo, ya hay un fantasma: la imagen misma que sitúa al niño divide su identidad en dos. Por otra parte, ese momento sólo tiene sentido en relación con la presencia y la mirada de apoyo de la madre, que garantiza al niño su realidad. Peter Osborne (1995) señala que en «The field of the Other», Lacan (1977a) describe a uno de los «padres sosteniéndolo frente al espejo», mientras el niño mira a la Madre en busca de 24 25 confirmación y la ve como un «punto de referencia (. . .) no su ideal del yo sino su yo ideal» (pág. 257). Este argumento, sugiere Osborne, «explota la indeterminación inherente a la discrepancia entre la temporalidad de la descripción lacaniana del encuentro del niño con su imagen corporal en el espejo como un "estadio" y el carácter puntual de su retrato de ese encuentro como una "escena", cuyo momento dramático se limita a las relaciones entre sólo dos "personajes": el niño y su imagen corporal». Sin embargo, como dice Osborne, o bien representa una adición crítica al argumento del «estadio del espejo» —en cuyo caso, ¿por qué no se desarrolla?— o bien introduce una lógica diferente cuyas implicaciones no se abordan en la obra ulterior de Lacan. La idea de que hasta el momento del drama edípico no existe ningún elemento del sujeto es una lectura exagerada de Lacan. La afirmación de que la subjetividad no se constituye plenamente hasta que no «se resuelve» la crisis edípica no exige una pantalla en blanco, una tabula rasa o la concepción de un antes y un después del sujeto, iniciado por una especie de coup de théátre, aun cuando —como lo señaló acertadamente Hirst— deje sin zanjar la relación problemática entre «el individuo» y el sujeto. (¿Qué es el «pequeño animal» individual que todavía no es un sujeto?) Podríamos agregar que la de Lacan es sólo una de las muchas versiones de la formación de la subjetividad que toman en cuenta los procesos psíquicos inconscientes y la relación con el otro, y el debate tal vez parezca diferente ahora que el «diluvio lacaniano» comienza a amainar un tanto y ya no rige el poderoso impulso inicial en esa dirección que suscitó en nosotros el texto de Althusser. En su reciente y meditado análisis de los orígenes hegelianos del concepto de «reconocimiento» antes mencionado, Peter Osborne criticó a Lacan por «su absolutización de la relación del niño con la imagen al abstraería del contexto de sus relaciones con otros (en particular, con la madre)», a la vez que la hace ontológicamente constitutiva de «la matriz simbólica en que el yo [I] se precipita en una forma primordial», y considera algunas otras variantes (Kristeva, Jessica Benjamin, Laplanche) que no están tan confinadas dentro del reconocimiento falso y alienado del guión lacaniano. Estos son indicadores útiles más allá del callejón sin salida en que nos ha dejado esta discusión, como secuela del «Lacan de Althusser», con las hebras del hilado psíquico y discursivo sueltas en nuestras manos. A mi modo de ver, también Foucault aborda el callejón sin salida en que nos deja la crítica de Althusser por Hirst, pero lo hace, por así decirlo, desde la dirección opuesta. Con un ataque despiadado contra «el gran mito de la interioridad», y movido tanto por su crítica del humanismo y la filosofía de la conciencia como por su lectura negativa del psicoanálisis, Foucault también lleva a cabo una historización radical de la categoría del sujeto. Este es producido «como un efecto» a través y dentro del discurso, en el interior de formaciones discursivas específicas, y no tiene existencia y, sin duda, ninguna continuidad o identidad trascendental de una posición subjetiva a otra. En el trabajo «arqueológico» foucaultiano (Historia de la locura, El nacimiento de la clínica, Las palabras y las cosas, La arqueología del saber), los discursos construyen posiciones subjetivas por medio de sus reglas de formación y «modalidades de enunciación». Aunque estas obras son intensamente fascinantes y originales, las críticas planteadas contra ellas, al menos en este aspecto, parecen justificadas. Estos textos proponen una descripción formal de la construcción de las posiciones subjetivas dentro del discurso, pero revelan poco sobre la causa por la cual algunos individuos ocupan ciertas posiciones y no otras. Al omitir analizar cómo interactúan las posiciones sociales de los individuos con la construcción de ciertas posiciones subjetivas discursivas «vacías», Foucault reinscribe una antinomia entre las posiciones subjetivas y los individuos que las ocupan. Así, su arqueología presenta un tratamiento formal crítico pero unidimensional del sujeto del discurso. Las posiciones subjetivas discursivas se convierten en categorías apriori que los individuos parecen ocupar de manera no problemática. McNay (1994, págs. 76-7) cita la observación clave de Brown y Cousins de que Foucault tiende a elidir aquí las «posiciones subjetivas de un enunciado con capacidades individuales de llenarlas» (Brown y Cou27 sins, 1980, pág. 272), por lo cual tropieza contra la misma dificultad que Althusser no logró resolver, pero por un camino diferente. El pasaje crítico en la obra de Foucault de un método arqueológico a un método genealógico contribuye en mucho a hacer más concreto el «formalismo» un tanto vacío de sus primeros trabajos, lo cual se nota en especial en la vigorosa reintroducción del poder, que estaba ausente en el tratamiento más formal del discurso, en un lugar central, y en las estimulantes posibilidades abiertas por la discusión foucaultiana del carácter bilateral de la sujeción / subjetivación (assujetissement). Más aún, la posición central de las cuestiones de poder y la idea de que el discurso mismo es una formación reguladora y regulada, cuya entrada queda «determinada por las relaciones de poder que impregnan el reino social, a la vez que es constitutiva de ellas» (McNay, 1994, pág. 87), acercan la concepción de Foucault de la formación discursiva a algunas de las cuestiones clásicas que Althusser trató de abordar por medio del concepto de «ideología», desprovisto, por supuesto, de su reduccionismo de clase y sus insinuaciones economicistas y con pretensiones de verdad. En el área de la teorización del sujeto y la identidad, empero, persisten algunos problemas. Una de las implicaciones de las nuevas concepciones del poder elaboradas en este corpus es la «deconstrucción» radical del cuerpo, el último residuo o refugio del «Hombre», y su «reconstrucción» en términos de sus formaciones históricas, genealógicas y discursivas. El cuerpo es construido, modelado y remodelado por la intersección de una serie de prácticas discursivas disciplinarias. La tarea de la genealogía, declara Foucault, «es exponer el cuerpo totalmente marcado por la historia y los procesos de destrucción del cuerpo por la historia» (1984, pág. 63). Si bien podemos aceptar esta afirmación, con sus radicales implicancias «constructivistas» (el cuerpo se vuelve infinitamente maleable y contingente), no estoy seguro de que podamos o debamos acompañar a Foucault en la proposición de que «en el hombre nada —ni siquiera su cuerpo— es suficientemente estable para servir de base al autorreconocimiento o a la posibilidad de comprender a otros hombres». Esto no se debe a que el cuerpo es ese referente estable y fiel para la autocomprensión, sino a que —aunque pueda tratarse de un «reconocimiento falso»— así actuó precisamente como significante de la condensación de las subjetividades en el individuo, y esta función no puede dejarse de lado por el mero hecho de que, como lo muestra efectivamente Foucault, no sea cierta. Además, mi impresión es que, a pesar de los desmentidos de Foucault, su invocación del cuerpo como punto de aplicación de una diversidad de prácticas disciplinarias tiende a prestar a esta teoría de la regulación disciplinaria una especie de «concreción desplazada o descolocada» —una materialidad residual—, y de ese modo opera discursivamente para «resolver» o aparentar resolver la relación no especificada entre el sujeto, el individuo y el cuerpo. Para expresarlo con crudeza, vuelve a sujetar o «suturar» las cosas que la teoría de la producción discursiva de los sujetos, si se la llevara a sus extremos, fracturaría y dispersaría de manera irreparable. Creo que «el cuerpo» adquirió un valor totémico en la obra posfoucaultiana justamente a causa de ese status talismánico. Es casi la única huella que hemos dejado en la obra de Foucault de un «significante trascendental». La crítica mejor establecida, sin embargo, se refiere al problema que debe enfrentar Foucault para teorizar la resistencia dentro de la teoría del poder desplegada en Vigilar y castigar y en la Historia de la sexualidad; la concepción integral de autovigilancia del sujeto que surge de las modalidades disciplinarias, confesionales y pastorales del poder analizadas en esos libros, y la ausencia de toda consideración de los factores susceptibles de interrumpir, impedir o perturbar de cualquier forma la fluida inserción de los individuos en las posiciones subjetivas construidas por esos discursos. La sumisión del cuerpo a través del «alma» a los regímenes normalizadores de la verdad constituye una poderosa manera de repensar la llamada «materialidad» del cuerpo (que fue productivamente abordada por Nikolas Rose y la escuela de la «gubernamentalidad», así como, de un modo diferente, por Judith Butler en Bo28 29 dies That Matter, 1993). Pero es difícil no tomar en serio la formulación de Foucault, con todas las dificultades que acarrea: a saber, que los sujetos así construidos son «cuerpos dóciles». No hay ninguna descripción teórica que explique cómo o por qué los cuerpos no deben aparecer siempre y para siempre en su debido lugar y el momento justo (exactamente el punto a partir del cual comenzó a desentrañarse la teoría marxista clásica de la ideología, y la dificultad misma que Althusser reinscribió al definir normativamente la función de la ideología como la de «reproducir las relaciones sociales de producción»). Por otra parte, no hay un planteamiento teórico del mecanismo psíquico o de los procesos internos mediante los cuales estas «interpelaciones» automáticas podrían producirse o —de manera más significativa— fracasar, ser resistidas o negociarse. Aunque esta obra es sin duda rica y productiva, sigue siendo cierto, entonces, que aquí «Foucault pasa con demasiada ligereza de describir el poder disciplinario como una tendencia dentro de formas modernas de control social a postularlo como una fuerza monolítica firmemente instalada que satura todas las relaciones sociales. Esto lo lleva a sobrestimar la eficacia del poder disciplinario y a plantear una idea empobrecida del individuo, incapaz de explicar las experiencias que están al margen del reino del cuerpo "dócil"» (McNay, 1994, pág. 104). El hecho de que esto resultó obvio para Foucault, aun cuando muchos de sus seguidores todavía lo rechacen como una crítica, es notorio en el nuevo cambio distintivo de su obra que indican los últimos volúmenes (inconclusos) de su llamada Historia de la sexualidad {El uso de los placeres, 1987; La inquietud de sí, 1988, y, en la medida en que podemos colegirlo, el volumen inédito y —desde el punto de vista de la crítica recién mencionada— crítico sobre «Las perversiones»). Puesto que aquí, sin alejarse demasiado de su perspicaz trabajo sobre el carácter productivo de la regulación normativa (no hay sujeto al margen de la Ley, como lo expresa Judith Butler), Foucault admite tácitamente que no basta con que la Ley emplace, discipline, produzca y regule; debe existir también la producción correspondiente de una respuesta (y, con ello, la capacidad y el aparato de la subjetividad) por el lado del sujeto. En la introducción crítica a El uso de los placeres, Foucault enumera lo que para entonces cabía esperar de su obra —«la correlación entre campos de saber, tipos de normatividad y formas de subjetividad en culturas específicas»—, para luego agregar críticamente «las prácticas mediante las cuales los individuos se vieron en la necesidad de concentrar la atención en sí mismos, descifrarse, reconocerse y admitirse como sujetos de deseo, poniendo en juego entre unos y otros cierta relación que les permitía descubrir, en el deseo, la verdad de su ser, fuera natural o caído. En suma, con esta genealogía la idea era investigar cómo fueron inducidos los individuos a practicar, en sí mismos y en otros, una hermenéutica del deseo» (1987, pág. 5). Foucault describe este aspecto —correctamente, a nuestro juicio— como «un tercer cambio, a fin de analizar lo que se denomina "sujeto". Parecía apropiado buscar las formas y modalidades de la relación con el yo mediante las cuales el individuo se constituye y reconoce como sujeto». Foucault, sin duda, no haría nada tan vulgar como desplegar realmente el término «identidad», pero creo que con «la relación con el yo» y la constitución y el reconocimiento de «sí mismo» [«himself»] (sic) como sujeto nos aproximamos a una parte del territorio que, en los términos antes establecidos, pertenece a la problemática «identitaria». No es este el lugar para describir de principio a fin las muchas ideas productivas que fluyen del análisis de Foucault sobre los juegos de verdad, la elaboración del trabajo ético, los regímenes de autorregulación y autoconfiguración y las tecnologías del yo que intervienen en la constitución del sujeto deseante. No hay aquí, sin duda, un único pasaje a la «agencia», la intención y la volición (aunque existan, y en un lugar muy central, las prácticas de la libertad que impiden que este sujeto sea nunca un mero y dócil cuerpo sexualizado). Pero tenemos la producción del yo como un objeto en el mundo, las prácticas de autoconstitución, reconocimiento 30 31 y reflexión, la relación con la regla, junto con la escrupulosa atención a la regulación normativa, y las coacciones de las reglas sin las cuales no se produce ninguna «sujeción/ subjetivación» [«subjectification»]. Este es un avance significativo, dado que aborda por primera vez en las obras fundamentales de Foucault la existencia de algún paisaje interior del sujeto, ciertos mecanismos internos de acatamiento a la regla, así como su fuerza objetivamente disciplinadora, que impide la caída de la descripción en el «behaviorismo» y objetivismo que amenazan algunas partes de Vigilar y castigar. A menudo, Foucault describe muy acabadamente en esta obra la ética y las prácticas del yo como una «estética de la existencia», una estilización deliberada de la vida cotidiana; y sus tecnologías se demuestran con la mayor eficacia en las prácticas de autoproducción, en modos específicos de conducta y en lo que por obras ulteriores hemos llegado a reconocer como una especie de performatividad. Creo que podemos ver aquí, entonces, que el rigor escrupuloso de su pensamiento empuja a Foucault, a través de una serie de cambios conceptuales en diferentes etapas de su obra, a admitir que, como el descentramiento del sujeto no es su destrucción y el «centramiento» de la práctica discursiva no puede funcionar sin la constitución de sujetos, el trabajo teórico no puede cumplirse plenamente sin complementar la descripción de la regulación discursiva y disciplinaria con una descripción de las prácticas de la autoconstitución subjetiva. Para Marx, para Althusser, para Foucault, nunca bastó con elaborar una teoría que explicara cómo se convoca a los individuos a su lugar en las estructuras discursivas. Siempre fue preciso exponer, además, cómo se constituyen los sujetos; y en esta obra Foucault se esforzó por mostrarlo, con referencia a prácticas discursivas, a la autorregulación normativa y a tecnologías del yo históricamente específicas. Resta saber si también necesitamos, por decirlo de algún modo, cerrar la brecha entre una y otra cosa: vale decir, una teoría que señale cuáles son los mecanismos mediante los cuales los individuos, como sujetos, se identifican (o no se identifican) con las «posiciones» a las cuales se los convoca; y que indique cómo modelan, estilizan, producen y «actúan» esas posiciones, y por qué nunca lo hacen completamente, de una vez y para siempre, mientras que otros no lo hacen nunca o se embarcan en un proceso agonístico constante de lucha, resistencia, negociación y adaptación a las reglas normativas o reguladoras con las que se enfrentan y a través de las cuales se autorregulan. En resumen, queda pendiente la exigencia de pensar esta relación del sujeto con las formaciones discursivas como una articulación (todas las articulaciones son verdaderamente relaciones de «correspondencia no necesaria», esto es, se fundan en la contingencia que «reactiva lo histórico»; cf. Laclau, 1990, pág. 35). En consecuencia, es tanto más fascinante constatar que, cuando por fin Foucault se movió efectivamente en esa dirección (en una obra después trágicamente interrumpida), se vio impedido, desde luego, de acudir a una de las principales fuentes de reflexión sobre este aspecto olvidado, a saber, el psicoanálisis; impedido de moverse en esa dirección por su propia crítica de este como una mera red más de relaciones disciplinarias de poder. Lo que produjo fue, en cambio, una fenomenología discursiva del sujeto (abrevando tal vez en fuentes e influencias anteriores cuya importancia para él ha sido un tanto subestimada) y una genealogía de las tecnologías del yo. Pero se trataba de una fenomenología que corría el riesgo de caer bajo el peso de un énfasis excesivo en la intencionalidad, precisamente porque no podía enfrentarse con el inconsciente. Para bien o para mal, esa puerta ya estaba cerrada de antemano. Por suerte, no permaneció cerrada por mucho tiempo. En Gender Trouble (1990) y más especialmente en Bodies That Matter (1993), Judith Butler abordó, a partir de su interés en «los límites discursivos del "sexo"» y la política del feminismo, las transacciones complejas entre el sujeto, el cuerpo y la identidad, para lo cual reunió en un marco analítico ideas extraídas de una perspectiva foucaultiana y psicoanalítica. Con la adopción de la postura de que el sujeto se construye discursivamente y que no lo hay an33 tes o al margen de la Ley, Butler elabora un argumento rigurosamente fundamentado en el cual sostiene que «el sexo es, desde el principio, normativo; es lo que Foucault llamó un "ideal regulatorio". En este sentido, entonces, el sexo no sólo funciona como una norma, sino que es parte de una práctica regulatoria que produce (por medio de la repetición o reiteración de una norma sin origen) los cuerpos que gobierna, es decir, cuya fuerza regulatoria se ilustra como una especie de poder productivo, el poder de producir —deslindar, circular, diferenciar— los cuerpos que controla (...) el "sexo" es un constructo ideal que se materializa forzosamente a través del tiempo» (Butler, 1993, pág. 1). La materialización se replantea aquí como un efecto de poder. La idea de que el sujeto se produce en el curso de su materialización tiene un sólido fundamento en una teoría performativa del lenguaje y el sujeto, pero la performatividad queda despojada de sus asociaciones con la volición, la elección y la intencionalidad y (contra algunas de las lecturas erróneas de Gender Trouble) se relee «no como el acto por medio del cual un sujeto da origen a lo que nombra, sino más bien como el poder reiterativo del discurso de producir los fenómenos que regula y constriñe» (Butler, 1993, pág. 2). Sin embargo, desde el punto de vista del argumento que se desarrolla aquí, el cambio decisivo es «una vinculación de este proceso de "asunción" de un sexo con la cuestión de la identificación y los medios discursivos por los cuales el imperativo heterosexual permite ciertas identificaciones sexuadas e impide o desaprueba otras» (Butler, 1993, pág. 5). Este lugar central asignado a la cuestión de la identificación, junto con la problemática del sujeto que «asume un sexo», da acceso en la obra de Butler a un diá- logo crítico y reflexivo entre Foucault y el psicoanálisis, que es enormemente productivo. Es cierto que Butler no propone un metaargumento teórico elaborado para explicar la forma como las dos perspectivas, o la relación entre lo discursivo y lo psíquico, «se piensan» en conjunto en su texto, más allá de una sugerente indicación: «Tal vez haya un modo de someter el psicoanálisis a una redescripción foucaultiana, aun cuando el propio Foucault rechazó esa posibilidad». Sea como fuere, «este texto acepta como un punto de partida la idea de Foucault de que el poder regulatorio produce los sujetos que controla, y que el poder no sólo se impone externamente sino que actúa como el medio regulatorio y normativo gracias al cual se forman los sujetos. El retorno al psicoanálisis, entonces, está orientado por la inquietud de saber cómo ciertas normas regulatorias forman un sujeto "sexuado" en términos que establecen el carácter indistinguible de la formación psíquica y corporal» (1993, pág. 23). La significación de la postura de Butler para el argumento es mucho más pertinente, sin embargo, porque se desarrolla en el contexto de la discusión del género y la sexualidad, moldeada por el feminismo, y por lo tanto recurre directamente a las cuestiones de la identidad y la política identitaria y a las antes planteadas por el trabajo de Avtar Brah sobre la función paradigmática de la diferencia sexual con respecto a otros ejes de exclusión. En este punto Butler argumenta con vigor que todas las identidades actúan por medio de la exclusión, a través de la construcción discursiva de un afuera constitutivo y la producción de sujetos abyectos y marginados, aparentemente al margen del campo de lo simbólico, lo representable —«la producción de un "afuera", un dominio de efectos inteligibles» (1993, pág. 22)—, que luego retorna para trastornar y perturbar las exclusiones prematuramente llamadas «identidades». Butler despliega este argumento con eficacia en lo concerniente a la sexualización y la racialización del sujeto: un argumento que exige ser elaborado si se pretende que la constitución de sujetos en y a través de los efectos regulatorios normalizadores del discurso racial alcance el desarrollo teórico hasta ahora reservado al género y la sexualidad (aunque el ejemplo mejor trabajado por esta autora tiene que ver, desde luego, con la producción de las formas de abyección sexual e 34 ininteligibilidad vivida habitualmente «normalizadas» como patológicas o perversas). Según lo señaló James Souter (1995), «la crítica interna que Butler hace de la política identitaria feminista y sus premisas fundacionales cuestiona la adecuación de una política representacional cuya base es la presunta universalidad y unidad de su sujeto, una categoría inconsútil de mujeres». La paradoja es que, como en todas las otras identidades tratadas políticamente de una manera fundacional, esta identidad «se basa en la exclusión de mujeres "diferentes" (...) y en la priorización normativa de las relaciones heterosexuales como fundamento de la política feminista». Esta «unidad», sostiene Souter, es una «unidad ficticia», «producida y restringida por las mismas estructuras de poder mediante las cuales se busca la emancipación». De manera significativa, sin embargo, como también afirma Souter, esto no induce a Butler a sostener que todas las nociones de identidad deberían, por ende, abandonarse debido a sus defectos teóricos. En rigor, esta autora toma la estructura especular de la identificación como una parte crítica de su argumento. Pero admite que tal argumento sugiere, en efecto, «los límites necesarios de la política identitaria». «En este sentido, las identificaciones pertenecen a lo imaginario; son esfuerzos fantasmáticos de alineación, lealtad, cohabitaciones ambiguas y transcorpóreas que perturban al yo [/]; son la sedimentación del "nosotros" en la constitución de cualquier yo [i], el presente estructurante de la alteridad en la formulación misma del yo [/]. Las identificaciones nunca se construyen plena y definitivamente; se reconstituyen de manera incesante y, por eso, están sujetas a la volátil lógica de la reiterabilidad. Son lo que se ordena, consolida, recorta e impugna constantemente y, a veces, se ve forzado a ceder el paso» (1993, pág. 105). El esfuerzo, hoy, de pensar la cuestión de la distintividad de la lógica dentro de la cual el cuerpo racializado y etnicizado se constituye de manera discursiva, por medio del ideal normativo regulatorio de un «eurocentrismo compulsivo» (a falta de una palabra diferente), no puede incorporarse meramente a los argumentos antes esbozados con brevedad. Pero estos recibieron un enorme impulso original de esa enredada e inconclusa argumentación, demostrativa, más allá de toda duda, de que el cuestionamiento y la teorización de la identidad son un asunto de considerable significación política que probablemente sólo será promovido cuando tanto la necesidad como la «imposibilidad» de las identidades, y la sutura de lo psí- quico y lo discursivo en su constitución, se reconozcan de manera plena e inequívoca. Referencias bibliográficas Althusser, L. (1971) Lenin and Philosophy and Other Essays, Londres: New Left Books. [Lenin y la filosofía, México: Era, 1970.] Barrett, M. (1991) The Politics of Truth, Cambridge: Polity Press. Bhabha, H. (1994) «The Other question», en The Location of Culture, Londres: Routledge. [El lugar de la cultura, Buenos Aires: Manantial, 2002.] Brah, A. (1992) «Difference, diversity and differentiation», en J. Donald y A. Rattansi, eds., Race, Culture and Difference, Londres: Sage, págs. 126-45. Brown, B. y Cousins, M. (1980) «The linguistic fault», Economy & Society 9(3). Butler, J. (1990) Gender Trouble, Londres: Routledge. [El género en disputa, México: Paidós, 2001.] (1993) Bodies That Matter, Londres: Routledge. [Cuerpos que importan, Buenos Aires: Paidós, 2003.] Derrida, J. (1981) Positions, Chicago: University of Chicago Press. [Posiciones, Valencia: Pre-Textos, 1977.] Foucault, M. (1970) The Order of Things, Londres: Tavistock. [Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, México: Siglo XXI, 1968.] (1972) The Archaeology of Knowledge, Londres: Tavistock. [La arqueología del saber, México: Siglo XXI, 1972.] (1977) Discipline and Punish, Harmondsworth: Penguin. [Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México: Siglo XXI, 1976.] 36 37 (1981) The History of Sexuality Volume 1, Harmondsworth: Penguin. [Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber, México: Siglo XXI, 1985.] (1984) «Nietzsche, genealogy, history», en P. Rabinow, ed., The Foucault Reader, Harmondsworth: Penguin. [Nietzsche, la genealogía, la historia, Valencia: Pre-Textos, 1988.] (1987) The Use ofPleasure, Harmondsworth: Penguin. [Histo ria de la sexualidad, 2. El uso de los placeres, México: Siglo XXI, 1986.] (1988) The Care ofthe Self, Harmondsworth: Penguin. [Histo ria de la sexualidad, 3. La inquietud de sí, México: Siglo XXI, 1987.] Freud, S. (1991) [1921] Group Psychology and the Analysis of the Ego, en Civilization, Society and Religión, Selected Works, vol. 12, Harmondsworth: Penguin. [Psicología de las masas y análisis del yo, en Obras completas, 24 vols., 1978- 1985, vol. 18, Buenos Aires: Amorrortu editores.] Gilroy, P. (1994) The Black Atlantic: Modernity and Double Consciousness, Londres: Verso. Hall, S. (1985) «Signification, representation and ideology: Althusser and the post-structuralist debates», Critical Studies in Mass Communication 2(2). (1990) «Cultural identity and diaspora», en J. Rutherford, ed., Identity, Londres: Lawrence & Wishart. (1993) «Cultural identity in question», en S. Hall, D. Held y T. McGrew, eds., Modernity and Its Futures, Cambridge: Polity Press. (1995) «Fantasy, identity, politics», en E. Cárter, J. Donald y J. Squites, eds., Cultural Remix: Theories of Politics and the Popular, Londres: Lawrence & Wishart. (1996) «When was the post-colonial?», en L. Curti e I. Chambers, eds., The Post-Colonial in Question, Londres: Routledge. Heath, S. (1981) Questions of Cinema, Basingstoke: Macmillan. Hirst, P. (1979) On Law and Ideology, Basingstoke: Macmillan. Lacan, J. (1977a) Ecrits, Londres: Tavistock. [Escritos, décima edición, 2 vols., México: Siglo XXI, 1984.] (19776) The Four Fundamental Concepts of Psychoanalysis, Londres: Hogarth Press. [El Seminario de Jacques Lacan. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. 1964, Buenos Aires-Barcelona: Paidós, 1986.] Laclau, E. (1990) New Reflections on the Revolution of Our Time, Londres: Verso. [Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo, Buenos Aires: Nueva Visión, 1993.] Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1985) The Language of Psychoanalysis, Londres: Hogarth Press. [Diccionario de psicoaná- lisis, Barcelona: Paidós, 1996.] McNay, L. (1994) Foucault: A Criticallntroduction, Cambridge: Polity Press Osborne, P. (1995) The Politics ofTime, Londres: Verso. Rose, J. (1986) Sexuality in the Field of Vision, Londres: Verso. Souter, J. (1995) «From Ge

Comentarios

Entradas populares

Imagen

CURSOS