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LA GUERRA DE FRANCO



El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (y XIV)

11 febrero, 2020 at 8:30 am

El joven teniente/capitán en una obra reciente

Ángel Viñas

Hemos llegado al final de esta serie sobre las iniciales aventuras de Franco en las ensangrentadas tierras de Marruecos. En un momento de ella un amable lector, Txema Prada, me llamó la atención sobre una obra, que yo conocía pero que, por desgracia, no tenía en mi biblioteca, ya un poco depauperada. A mi no se me ha ocurrido escribir nada sobre las guerras de Marruecos, de las que confieso no tener demasiada idea. He editado las memorias del general Antonio Cordón que sirvió en el Protectorado  y, como tantos otros de mi generación, he leído un par de veces el tomo II de La forja de un rebelde, de Arturo Barea. Pero el Señor Prada me sugirió que echara un vistazo la biografía del Padre Hilari Raguer[1],  excelente amigo mío, sobre el general Batet. La he pedido. Suelo hacerlo cuando me meto en camisa de once varas y me falta bibliografía secundaria.

 

No sé si el general Fontenla la conoce. Está basada en el archivo de la familia (el general Domingo Batet fue fusilado por no sublevarse en 1936 y  al que, si bien Laureado con la Cruz de San Fernando, Franco se negó obstinadamente a gracia). En tal archivo figuran varios documentos sobre la guerra de Marruecos redactados a principios de los años veinte. Alguien que escriba sobre ella y que no sea un pseudohistoriador -en el sentido habitual del término, no en la acepción extraña que utiliza nuestro estimado general- debe servirse de los mismos para identificar pistas, contrastar con otros testimonios, en definitiva hacer un análisis sistemático de un tipo de fuentes que no estaban destinadas a la publicación y que, por consiguiente, revelan los pensamientos íntimos de un protagonista que vivió una parte de aquella guerra colonial.

Señalo esto porque las notas que de la misma se deprenden de tales apuntes se refieren tanto a Franco como al conjunto de la oficialidad española y a las tropas “especiales” (Tercio y Regulares) así como a las expedicionarias peninsulares. Se recoge el ambiente. Se citan nombres y situaciones. Son como una reflexión que, todavía con el conflicto en marcha se hacía el entonces comandante Batet. Uno diría que es un tipo de EPRE interesante y como en ella aparece Franco me sorprende que el general Fontenla, historiador objetivo y analítico según su propia autodefinición, no la haya utilizado, siquiera con fines críticos. Pero, como es sabido, cada autor establece su tema y sus límites.

En lo que se refiere a Franco, el comandante Batet, abordó un tema relacionado con la gesta del Biutz y sus consecuencias que hemos visto en los posts anteriores. Se trata de unas notas sobre el Ejército de África escritas a mano en casi dos docenas de cuartillas y que datan, según señala Raguer, de 1923. En ellas  su autor se refirió a las demoras y chanchullos de la sedicente Justicia militar, con nombres y apellidos de jefes, es decir, de comandantes a coroneles. Con la Comandancia General y la Alta Comisaría prestándose de buena gana a encubrir o desvirtuar alguno que otro. Esto es verosímil que pasara en muchos Ejércitos de la época. No hay que pensar que el español fuese una excepción. Cabría, por ejemplo, señalar ejemplos como el italiano en Libia o, mucho más tarde, en Etiopía.

Pero, en sus recuerdos el comandante Batet fue a más. Cuando el general en Jefe, Burguete, se desplazó a Melilla tuvo que dictar dos órdenes generales, una sobre la forma de prestar el servicio de descubiertas, seguridad, convoyes, etc (en el que el teniente y luego capitán Franco se había hecho, al parecer, un nombrecito como hemos visto en posts anteriores) y otra sobre la obligación de permanecer en Melilla de los jefes y oficiales “de las tropas llamadas pomposamente de choque”. Poco después empezaron a incumplirse de manera un tanto tímida. En cuanto Burguete volvió a la Península, lo hicieron descaradamente. Es en este contexto digamos un tanto laxo en el que Batet hizo una referencia a Franco. La reproduzco literalmente:

“El comandante Franco del Tercio, tan traído y llevado por su valor, tiene poco de militar, no siente satisfacción de estar con sus soldados, pues se pasó cuatro meses en la plaza para curarse enfermedad voluntaria, que muy bien pudiera haberlo hecho en el campo, explotando vergonzosa y descaradamente una enfermedad que no le impedía estar todo el día en bares y círculos. Oficial como este, que pide la Laureada y no se la conceden, donde con tanta facilidad se han dado, porque solo realizó el cumplimiento de su deber, militarmente ya está calificado”.

Este parrafito se refiere, pues, al período en el que ya Franco había pasado al Tercio, se pavoneaba de su ascenso (no logrado tanto por méritos de guerra como por influencias de Palacio) y describe un comportamiento que quizá pudiera caracterizarse com poco edificante. Batet no achacó a Franco que fuese a casas de lenocinio, como algún otro héroe de la época, pero sí se refirió también a la Laureada. Si se daba con cierta “facilidad” por utilizar el término por él utilizado, ¿qué cabría decir de lo que en un post anterior he calificado de “lluvia de condecoraciones”?.

Sorprende, pues, que el general Fontenla, que sabe de las guerras de Marruecos mucho más que servidor, en su hagiografía de Franco como militar no se haya apresurado, documentos en ristre y la tizona desenvainada, a desmentir tales alegaciones sobre su héroe.

Batet destacó el heroismo y la abnegación de muchos jefes y oficiales, que cumplían con su deber pero no le tembló la pluma al comparar tales conductas “con la del teatral y payaso Millán, que tiembla cuando oye el silbido de las balas y rehuye su puesto (el coronel Serrano Oribe (sic) del 60 y el Gral Berenguer Dn. Federico pueden dar fe de ello, si quieren estar bien con su honor y su conciencia) y explota de la manera más inicua una herida que en cualquier otro hubiera sido leve y por condescendencias de médico lleva a ser grave…”

¡Caramba! Ahora resulta que Millán Astray, superior de Franco, se comportaba de manera indecorosa. No extrañará que terminaran siendo compinches.

¿Ah, y el valor ante el enemigo? Algo que hay cualificar. De dos formas. Una a tenor de la cual  “algunos oficiales de Regulares y del Tercio se sienten valientes a fuerza de morfina, cocaina o alcohol; se baten, sobre todos los primeros, en camelo: mucha teatralidad, mucho ponderar los hechos y mucho echarse para atrás y a la desbandada cuando encuentran verdadera resistencia. De la confianza que inspiran los Regulares y Fuerzas Indígenas lo demuestra que cuando hay una posición de verdadero compromiso la fían a batallones peninsulares, tan despiadadamente y con tanta injusticia tratados por Berenguer…” Esta segunda forma la repite en otro párrafo de la siguiente forma:

“Los militares verdad, los que sienten la profesión sin alharacas, sin teatralidad, cumpliendo sus deberes seriamente, amantes del soldº, posponiendo su propio bien al de los demás (…) hay que buscarlos en las tropas peninsulares. Entre los de Marruecos haríamos excepción del Coronel Serrano Orive, Tte. Coronel Carrasco y volverían a lo que antes eran, muchos, todos los que ostentan empleos por méritos en África…”

Quizá en algún momento lea el libro sobre las guerras de Marruecos del general Fontenla. Si lo hago comprobaré si a él ha incorporado testimonios de esta índole y también en qué medida ha hurgado en los archivos. En mi último viaje he leído el capítulo que dedica al Ejército de aquella época el que fue ministro de Agricultura durante la guerra civil, el comunista Vicente Uribe, en sus memorias. Suenan más a Batet que a la hoja de servicios de Franco (versión del coronel Carvallo de Cora).

Ahora continúo mi periplo pero trataré de abordar el segundo momento estelar en la carrera de Franco: de rebelde general a Generalísimo. Serán menos posts, pero no por ello carentes de interés. Al amparo de las controversias que ha despertado la película de Amenábar no he visto que nadie lo haya abordado como lo hará servidor. Y, como siempre, utilizaré fuentes fácilmente identificables e identificadas. No como el general Fontenla.

 

FIN



Ana Martínez Rus Universidad Complutense de Madrid.

Francisco SÁNCHEZ PÉREZ (coord.): Los mitos del 18 de Julio, Barcelona, Crítica, 2013, 480 páginas, por Ana Martínez Rus (Universidad Complutense de Madrid) anamrus@ucm.es


https://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/article/download/1883/892/

Golpe de Estado contra la Segunda República en España


La sublevación militar contra la Segunda República que estalló en la península el 18 de julio fue encabezada por los generales Mola, Queipo de Llano y Franco.
Golpe de Estado 18 de julio 1936

El 18 de julio de 1936, un grupo de militares rebeldes liderados por Emilio Mola, Francisco Franco y Gonzalo Queipo de Llano ejecutó un golpe de Estado contra el gobierno de la Segunda República. Este evento marcó el inicio de una serie de acontecimientos que culminaron en la Guerra Civil Española, un conflicto que dividiría al país durante tres años y cuyas consecuencias se sentirían durante décadas. El golpe de Estado en España fue un momento crucial en la historia del siglo XX, reflejando las tensiones polític las bacterias reparan su ADN: fue expulsada de la universidad por defender los derechos civiles (Eugenio Fdz.)

 

Contexto Político y Social del Golpe de Estado de 1936

Divisiones en la Sociedad Española y el Ejército

A mediados de la década de 1930, España era un país marcado por profundas divisiones sociales y políticas. La Segunda República, proclamada en 1931, intentó implementar reformas que buscaban modernizar el país, pero estas medidas generaron resistencia en sectores conservadores y tradicionales. La polarización entre la izquierda y la derecha se intensificó, afectando también al ejército, que estaba dividido entre quienes apoyaban al gobierno republicano y aquellos que veían en él una amenaza para sus intereses. Esta fractura en el tejido social y militar sentó las bases para el golpe de Estado de 1936.

El ejército, tradicionalmente un pilar del conservadurismo en España, se encontraba dividido en su lealtad. Mientras algunos oficiales permanecían fieles a la República, otros conspiraban para restaurar un orden más autoritario. Esta división reflejaba tensiones más amplias en la sociedad española, donde las reformas republicanas en áreas como la educación, la tierra y el poder de la Iglesia habían generado tanto entusiasmo como oposición. Las tensiones se exacerbaron por la creciente violencia política, que incluía enfrentamientos entre grupos paramilitares de ambos bandos.

El golpe de Estado fue, en parte, una respuesta a este clima de confrontación. Los conspiradores, entre los que se encontraban Mola, Franco y Queipo de Llano, argumentaban que la República era incapaz de mantener el orden y que solo una intervención militar podría salvar a España del caos. Sin embargo, la falta de consenso dentro del ejército sobre el curso de acción adecuado complicó sus planes desde el principio, contribuyendo a la posterior guerra civil.

18 de julio: Golpe de Estado contra la Segunda República
18 de julio de 1936, golpe de estado en España contra la Segunda República.

El Asesinato de José Calvo Sotelo: Catalizador del Golpe

Uno de los eventos que precipitó el golpe de Estado fue el asesinato de José Calvo Sotelo, líder de Renovación Española y destacado político de derecha. Su muerte, a manos de agentes de la Guardia de Asalto leales a la República, fue vista como un acto de provocación por los sectores conservadores y militares, quienes lo usaron como justificación para acelerar sus planes de sublevación. El asesinato de Calvo Sotelo se convirtió en un símbolo del desorden y la violencia que caracterizaban a la España de la época.

Calvo Sotelo era una figura prominente y su asesinato tuvo un profundo impacto en la opinión pública. Para muchos en la derecha, su muerte fue la prueba definitiva de que el gobierno republicano había perdido el control y que la violencia política era una amenaza inminente para la estabilidad del país. Los conspiradores del golpe aprovecharon este sentimiento de indignación y miedo para reunir apoyo entre los militares y otros sectores descontentos.

Este asesinato no solo sirvió como catalizador del golpe, sino que también ilustró las profundas divisiones ideológicas en España. Mientras que para algunos era una víctima de la represión gubernamental, para otros representaba la resistencia a las reformas republicanas. En este contexto de polarización extrema, el golpe de Estado fue visto por sus promotores como una acción necesaria para restaurar el orden y la estabilidad en un país al borde del colapso.

Líderes Principales del Golpe de Estado

El Papel de Emilio Mola

Emilio Mola, conocido como el "Director", fue uno de los principales arquitectos del golpe de Estado de 1936. Desde su puesto en Navarra, Mola elaboró un plan detallado para coordinar la sublevación militar en toda España. Su visión era clara: establecer un gobierno autoritario que pudiera restaurar el orden y preservar los valores tradicionales frente a lo que él percibía como la amenaza del comunismo y el anarquismo. Mola jugó un papel crucial en la planificación del golpe, asegurándose de que los conspiradores estuvieran preparados para actuar de manera simultánea en varias regiones.

Mola entendía la importancia de la coordinación y la sorpresa para el éxito de la sublevación. A través de una red de contactos militares y civiles, buscó asegurar que las guarniciones en todo el país se levantaran al unísono, minimizando la posibilidad de una respuesta organizada por parte del gobierno republicano. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la falta de cohesión y las diferencias entre los propios conspiradores complicaron la ejecución del plan.

A pesar de las dificultades, Mola sigue siendo una figura central en la historia del golpe de Estado. Su capacidad para unir a diversos grupos bajo un objetivo común y su habilidad para planificar una operación de tal envergadura son reconocidas como factores clave en el inicio de la Guerra Civil Española. Aunque no vivió para ver el final del conflicto, su legado perdura como uno de los instigadores del cambio radical en la política española.

Francisco Franco y su Ascenso

Francisco Franco, inicialmente un actor secundario en la conspiración, emergió como uno de los líderes más influyentes del golpe de Estado. Franco, que había ganado notoriedad por su papel en la guerra de Marruecos, fue llamado a unirse a la sublevación debido a su reputación como un comandante eficaz y respetado. Aunque al principio dudaba en comprometerse plenamente, finalmente se unió a los conspiradores, lo que resultó crucial para el éxito del levantamiento en el norte de África y su posterior expansión a la península.

El papel de Franco en el golpe se consolidó rápidamente. Su habilidad para manejar situaciones complejas y su capacidad para tomar decisiones estratégicas le permitieron ganar el apoyo de otros líderes militares y políticos. A medida que la sublevación se desarrollaba, Franco se convirtió en el rostro visible del movimiento, uniendo a las diversas facciones bajo su liderazgo y estableciendo una estructura de mando unificada que sería esencial durante la guerra civil.

Franco no solo fue un líder militar eficaz, sino que también demostró ser un astuto político. Supo navegar las complejas dinámicas internas del bando sublevado, consolidando su poder y eventualmente estableciéndose como el líder indiscutible del régimen franquista que gobernaría España durante décadas. Su ascenso durante el golpe de Estado marcó el comienzo de una era de dictadura que transformaría profundamente la sociedad española.

Queipo de Llano y su Influencia Regional

Gonzalo Queipo de Llano, otro de los líderes clave del golpe de Estado, desempeñó un papel crucial en la sublevación en el sur de España. Queipo de Llano era conocido por su carisma y su habilidad para movilizar a las tropas, lo que le permitió asegurar el control de Sevilla, una de las ciudades más importantes en la estrategia de los sublevados. Su influencia regional fue determinante para consolidar el poder del bando nacionalista en Andalucía, una región estratégica tanto por su ubicación como por sus recursos.

Queipo de Llano utilizó la radio como una herramienta poderosa para difundir propaganda y mantener la moral alta entre sus seguidores. Sus discursos, a menudo incendiarios y llenos de retórica beligerante, se convirtieron en un elemento clave de la guerra psicológica contra el gobierno republicano. A través de sus emisiones, logró proyectar una imagen de fuerza y determinación que inspiró a los sublevados y sembró el miedo entre sus oponentes.

Aunque su estilo era controvertido, no cabe duda de que Queipo de Llano tuvo un impacto significativo en el curso del golpe de Estado y en la guerra civil que siguió. Su capacidad para asegurar el sur de España y su habilidad para utilizar los medios de comunicación como arma fueron factores cruciales en el éxito inicial de la sublevación. Sin embargo, su relación con otros líderes del golpe fue a menudo tensa, reflejando las complejidades internas del bando nacionalista.

Desarrollo del Golpe de Estado: Claves del 18 de Julio

Inicio de la Sublevación en Melilla

El golpe de Estado de 1936 comenzó oficialmente en la noche del 17 de julio en Melilla, un enclave español en el norte de África. Aquí, las fuerzas militares, conocidas como los regulares, se levantaron contra el gobierno republicano, tomando el control de las guarniciones locales. Este levantamiento inicial fue un momento crucial en la estrategia de los conspiradores, ya que Melilla era un punto estratégico para el traslado de tropas y recursos hacia la península ibérica.

La sublevación en Melilla fue rápida y efectiva, gracias en parte a la sorpresa y a la falta de resistencia organizada por parte de las fuerzas leales a la República. Los conspiradores habían planeado meticulosamente este primer movimiento, asegurándose de que las comunicaciones y los transportes estuvieran bajo su control. Este éxito inicial en el norte de África proporcionó un impulso significativo al golpe, permitiendo el traslado de tropas experimentadas a la península, donde continuarían las operaciones militares.

El levantamiento en Melilla también sirvió como un catalizador para otras sublevaciones en el resto del país. A medida que las noticias del éxito inicial se difundían, otras guarniciones comenzaron a unirse al golpe, extendiendo la insurrección a lo largo de España. Sin embargo, este fue solo el comienzo de un conflicto que se desarrollaría de manera mucho más compleja en los días y semanas siguientes, a medida que el gobierno republicano intentaba organizar su respuesta.

Golpe de Estado contra la Segunda República en España.
Republicanos cargando un cañón. Imagen: Pascual Marín — Wikipedia. Golpe de Estado contra la Segunda República en España.

Expansión y Resistencia en la Península

Tras el éxito inicial en Melilla, el golpe de Estado se extendió rápidamente a la península ibérica. El 18 de julio, varias guarniciones en ciudades clave como Sevilla, Valladolid, Burgos y Pamplona se levantaron en armas, intentando tomar el control de estas áreas estratégicas. Sin embargo, la expansión del golpe no fue uniforme, y en muchas ciudades, las fuerzas leales a la República ofrecieron una resistencia significativa, complicando los planes de los sublevados.

La resistencia republicana fue particularmente fuerte en ciudades como Madrid y Barcelona, donde las fuerzas gubernamentales y las milicias populares lograron mantener el control. Esta resistencia inicial fue crucial para evitar que el golpe triunfara de inmediato, permitiendo al gobierno republicano organizar sus defensas y movilizar a la población en defensa de la República. La capacidad de las fuerzas leales para resistir el avance de los sublevados fue un factor determinante en el desarrollo del conflicto.

A pesar de la resistencia, los sublevados lograron establecer un control significativo en varias regiones del país, creando una división geográfica que sería característica de la guerra civil. La península se convirtió en un campo de batalla donde ambos bandos luchaban por el control de territorios estratégicos, en un conflicto que rápidamente se extendió más allá de un simple golpe militar para convertirse en una guerra civil a gran escala.

Descoordinación en los Cuerpos Armados

Uno de los principales obstáculos que enfrentaron los conspiradores del golpe de Estado fue la descoordinación entre los diferentes cuerpos armados implicados. Aunque el plan inicial era lograr una sublevación coordinada en todo el país, las diferencias en la planificación y la ejecución de las operaciones militares resultaron en una falta de cohesión que debilitó el impacto del golpe en sus etapas iniciales.

La descoordinación se hizo evidente en el hecho de que no todas las guarniciones militares se unieron al golpe simultáneamente. En algunas ciudades, los oficiales locales dudaron en actuar sin recibir órdenes claras, mientras que en otras, las fuerzas leales a la República lograron neutralizar la sublevación antes de que pudiera consolidarse. Esta falta de sincronización permitió al gobierno republicano ganar tiempo para organizar su respuesta y movilizar a sus partidarios.

Además, la comunicación entre los líderes del golpe fue limitada, lo que contribuyó a la confusión y la falta de dirección unificada. Esta descoordinación no solo impidió que el golpe lograra un éxito inmediato, sino que también sentó las bases para un conflicto prolongado, ya que ambos bandos se vieron obligados a revaluar sus estrategias y adaptarse a una situación en constante cambio.

Respuesta del Gobierno de la Segunda República

Medidas Preventivas y Reacción Inicial

Ante la amenaza inminente del golpe de Estado, el gobierno de la Segunda República había tomado varias medidas preventivas para intentar sofocar la sublevación. Sin embargo, la velocidad y la magnitud del levantamiento sorprendieron a las autoridades republicanas, que se vieron obligadas a reaccionar rápidamente para evitar el colapso del gobierno. La primera respuesta fue emitir un comunicado a todas las guarniciones del país, alertando sobre la sublevación y pidiendo lealtad a la República.

El gobierno también intentó movilizar a las fuerzas de seguridad, como la Guardia de Asalto, para contrarrestar el avance de los sublevados. Estas fuerzas, aunque leales, a menudo se encontraron superadas en número y en armamento, lo que complicó su capacidad para sofocar la insurrección en varias regiones. A pesar de estos desafíos, el gobierno republicano logró mantener el control en áreas clave, lo que fue crucial para la continuación de la resistencia.

La reacción inicial del gobierno fue, en muchos aspectos, improvisada, reflejando la falta de preparación para un levantamiento de tal envergadura. Sin embargo, la capacidad de las autoridades para movilizar rápidamente sus recursos y coordinar una respuesta fue un factor clave que impidió que el golpe triunfara de inmediato, permitiendo que la República se mantuviera en pie durante los primeros días críticos del conflicto.

Comunicación y Control de la Información

Uno de los aspectos más importantes de la respuesta del gobierno republicano al golpe de Estado fue su manejo de la información. Conscientes de que el control de la narrativa era crucial para mantener el orden público y evitar el pánico, las autoridades implementaron un apagón informativo, limitando la difusión de noticias sobre la sublevación y emitiendo comunicados oficiales que minimizaban la gravedad de la situación.

El gobierno republicano utilizó los medios de comunicación a su disposición para proyectar una imagen de control y autoridad. A través de la radio y la prensa, se difundieron mensajes que aseguraban a la población que la sublevación estaba siendo controlada y que el gobierno estaba tomando todas las medidas necesarias para restablecer el orden. Esta estrategia tenía como objetivo mantener la moral alta entre los ciudadanos y evitar que los sublevados utilizaran la propaganda para ganar apoyo.

A pesar de estos esfuerzos, el control de la información fue un desafío constante para el gobierno republicano. Las comunicaciones eran a menudo interrumpidas por los sublevados, y las noticias sobre los enfrentamientos se filtraban rápidamente, alimentando rumores y aumentando la tensión en todo el país. Sin embargo, la capacidad del gobierno para mantener un cierto grado de control sobre la información fue un factor importante en su capacidad para resistir el golpe inicial y organizar una defensa efectiva.

Golpe de Estado contra la Segunda República en España.
Trinchera nacional en El Escorial, Madrid (enero de 1937). Imagen: Concern Illustrated Daily Courier - Wikipedia. Golpe de Estado contra la Segunda República en España.

Consecuencias Inmediatas y Larga Duración

Caos en las Calles y Enfrentamientos Iniciales

El golpe de Estado de 1936 sumió a España en un caos inmediato, con enfrentamientos violentos estallando en las calles de numerosas ciudades. Las fuerzas leales a la República y los sublevados se enfrentaron en duros combates, mientras la población civil se encontraba atrapada en medio de la violencia. En muchos lugares, las milicias populares se unieron a las fuerzas gubernamentales, formando barricadas y luchando para defender sus barrios de los avances de los sublevados.

El caos en las calles fue exacerbado por la falta de coordinación entre las fuerzas leales y la escasez de armamento adecuado. A pesar de estos desafíos, la resistencia republicana logró mantener el control en varias ciudades clave, impidiendo que el golpe se convirtiera en una victoria rápida para los sublevados. Este caos inicial fue un presagio de la brutalidad y la complejidad del conflicto que seguiría.

Los enfrentamientos iniciales también tuvieron un impacto significativo en la población civil, que se vio obligada a adaptarse rápidamente a las nuevas realidades de la guerra. La vida cotidiana se vio interrumpida, y muchos ciudadanos se encontraron desplazados o en peligro debido a la violencia. Este clima de inseguridad y miedo sería una característica constante de la guerra civil, afectando a millones de personas en toda España.

Formación de un Gobierno de Emergencia Nacional

Ante la gravedad de la situación, el gobierno de la Segunda República decidió formar un gobierno de emergencia nacional para coordinar la respuesta al golpe de Estado. Este nuevo gobierno incluía a representantes de diversas facciones políticas, uniendo a socialistas, comunistas y republicanos en un esfuerzo conjunto para defender la República. La formación de este gobierno fue un intento de consolidar el poder y garantizar una respuesta unificada al desafío planteado por los sublevados.

El gobierno de emergencia nacional se enfrentó a numerosos desafíos desde el principio. La falta de recursos, la desorganización y las divisiones internas complicaron sus esfuerzos para coordinar una defensa efectiva. Sin embargo, la capacidad de las autoridades para reunir a diversas facciones bajo un mismo objetivo fue un logro significativo, demostrando la determinación de la República para resistir el golpe.

A pesar de las dificultades, el gobierno de emergencia nacional logró implementar varias medidas cruciales, como la reorganización de las fuerzas armadas leales y la movilización de recursos para apoyar la resistencia. Estos esfuerzos fueron esenciales para mantener la moral y la cohesión entre los defensores de la República, permitiendo al gobierno continuar la lucha en los meses y años siguientes.

Convocatoria de Huelgas Generales

En respuesta al golpe de Estado, los sindicatos y las organizaciones de trabajadores convocaron huelgas generales en todo el país. Estas huelgas fueron una demostración de solidaridad con el gobierno republicano y un intento de paralizar las actividades económicas en las áreas controladas por los sublevados. La convocatoria de huelgas generales reflejaba el profundo apoyo popular a la República y la determinación de la clase trabajadora para resistir el golpe.

Las huelgas generales tuvieron un impacto significativo en el desarrollo del conflicto. En muchas ciudades, la paralización de los servicios y la industria complicó los esfuerzos de los sublevados para consolidar su control. Además, las huelgas sirvieron como una herramienta de movilización, permitiendo a los defensores de la República organizarse y coordinar sus esfuerzos de manera más eficaz.

Sin embargo, estas huelgas también enfrentaron desafíos considerables. En las áreas controladas por los sublevados, las represalias contra los huelguistas fueron comunes, y muchos trabajadores se encontraron en peligro debido a su participación en las protestas. A pesar de estos riesgos, la convocatoria de huelgas generales fue un elemento clave de la resistencia republicana, demostrando la capacidad de la población para unirse en defensa de sus derechos y su gobierno.

El Inicio de la Guerra Civil Española

Por qué el Golpe de Estado No Triunfó Completamente

El golpe de Estado de julio de 1936 no logró triunfar completamente debido a una serie de factores que complicaron su ejecución y permitieron a la República resistir. Uno de los principales motivos fue la falta de coordinación entre los conspiradores, lo que resultó en sublevaciones no sincronizadas y una respuesta más efectiva de las fuerzas leales al gobierno. Además, la resistencia en ciudades clave como Madrid y Barcelona fue crucial para impedir que los sublevados consolidaran su control.

Otro factor importante fue el apoyo popular a la República, que se manifestó en la movilización de milicias y la convocatoria de huelgas generales. La capacidad de la población para organizarse y resistir el golpe fue un elemento clave que impidió un triunfo rápido de los sublevados. Además, la intervención de las fuerzas leales, aunque a menudo mal equipadas, fue suficiente para mantener el control en áreas estratégicas y evitar que el golpe se extendiera sin oposición.

Finalmente, las divisiones internas dentro del bando sublevado también jugaron un papel en su fracaso inicial. Las diferencias en objetivos y estrategias entre los líderes del golpe complicaron sus esfuerzos para establecer un mando unificado, lo que debilitó su capacidad para coordinar sus acciones de manera efectiva. Estos factores combinados aseguraron que el golpe de Estado no lograra sus objetivos inmediatos, abriendo el camino a un conflicto prolongado.

El Camino hacia un Conflicto Prolongado

La incapacidad del golpe de Estado para triunfar rápidamente condujo a España a un conflicto prolongado que se convertiría en la Guerra Civil Española. A medida que el golpe se transformaba en una guerra abierta, ambos bandos se vieron obligados a reorganizar sus fuerzas y estrategias para enfrentar un conflicto de larga duración. La guerra civil se caracterizó por su brutalidad y la participación de diversas facciones, tanto nacionales como internacionales, que complicaron aún más la situación.

El conflicto se desarrolló en múltiples frentes, con batallas libradas en toda la península ibérica. La intervención de potencias extranjeras, como Alemania e Italia en apoyo de los sublevados y la Unión Soviética en apoyo de la República, añadió una dimensión internacional a la guerra, convirtiéndola en un precursor de las tensiones que estallarían en la Segunda Guerra Mundial. La guerra civil también se convirtió en un campo de pruebas para nuevas tácticas y tecnologías militares, que serían utilizadas en conflictos posteriores.

A medida que la guerra se prolongaba, las divisiones internas dentro de ambos bandos se intensificaron, complicando aún más la situación. La falta de recursos, la destrucción de infraestructuras y el sufrimiento de la población civil contribuyeron a crear un clima de desesperación y agotamiento que afectó a todos los involucrados. La Guerra Civil Española se convirtió en un símbolo de las luchas ideológicas del siglo XX, dejando un legado duradero en la historia de España y el mundo.

Referencias

  • Alcalá-Zamora, N. (2011). Asalto a la República. Madrid: Esfera.
  • Calleja, E. G. (2024). 1934: Involución y revolución en la Segunda República. Ediciones AKAL.
  • Souto Kustrín, S. (2014). De una revolución a otra con un golpe de estado en medio: la Segunda República en la obra de Julio Aróstegui. Hispania Nova. Primera Revista De Historia Contemporánea on-Line En Castellano. Segunda Época. Recuperado a partir de https://e-
  • revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/article/view/1879



Acción Española

Emblema de 'Cultura Española'

Acción Española fue el nombre que recibió una sociedad cultural constituida en Madrid en octubre de 1931, a los pocos meses de proclamarse la República del 14 de Abril, y fue el nombre de una revista doctrinal católico-monárquica cuyo primer número apareció en diciembre de 1931, independiente de la sociedad cultural, aunque promovida por el mismo grupo de personas.

La revista Acción Española se publica, primero quincenal y después mensualmente, hasta el inicio de la guerra civil, salvo tres meses de suspensión gubernativa, de agosto a noviembre de 1932, como represalia por la fracasada intentona del general Sanjurjo. El último número regular publicado fue el 88, junio de 1936.

En los primeros meses de la guerra fueron asesinados tres de los colaboradores más asiduos de la revista: José Calvo Sotelo, Víctor Pradera y Ramiro de Maeztu, su director; y en marzo de 1937, poco antes de la unificación, se publica en Burgos un número 89, de más de cuatrocientas páginas, refrendado por un autógrafo del Jefe del Estado y la bendición del Primado de España, que ofrece una antología de textos aparecidos en la revista y un ensayo crítico sobre su significación: «España como pensamiento», por José Pemartín (ver también la organización temática que ofrece en el esquema que acompaña ese ensayo: «Pensamiento hispánico antirrevolucionario de Acción Española».)

El proyecto de esta revista ya estaba en marcha a principios de 1931, y vinculaba principalmente a tres personas: Ramiro de Maeztu Whitney, Eugenio Vegas Latapie y Fernando Gallego de Chaves Calleja (Marqués de Quintanar y Conde de Santibáñez del Río). Maeztu había sugerido que la revista se llamase Hispanidad, pero aunque se prefirió el calco del nombre de la organización francesa que servía de modelo, desde la primera página de Acción Española inició Maeztu («La Hispanidad») la expansión de la Idea cuya apropiación por parte de los católicos venía postulando desde la Argentina el presbítero Zacarías de Vizcarra.

«El domingo 11 de enero [de 1931], don Ramiro de Maeztu me escribió una carta, autógrafa, que decía así: 'Querido Vegas: le he estado hoy esperando porque quería hablarle, entre otras cosas, de nuestro proyecto de Revista por la que también se interesa el Marqués de Quintanar. Si no le es imposible, vaya esta noche a la casa del Marqués de Quintanar, Plaza de Santa Bárbara, 8. Le abraza su buen amigo, Ramiro de Maeztu.' Esta carta viene a ser, en cierto modo, el documento fundacional de la revista y sociedad Acción Española. Por ella puede verse bien claro que ambos veníamos ocupándonos del tema, por el cual se interesaba el marqués de Quintanar. A última hora de la tarde de aquel domingo acudí por vez primera al domicilio de quien había de ser fundador de Acción Española. La entrevista se desarrolló en los términos más cordiales, llegando a un total y absoluto acuerdo. El único problema que no pudimos resolver, de momento, fue el de la financiación. Claro es que las ideas que cada uno de nosotros teníamos no coincidían por completo, como era natural; pero había entre nosotros muchos puntos de vista comunes. El marqués de Quintanar poseía una formación muy sólida y un gran conocimiento de las doctrinas del integralismo portugués y de su jefe, Antonio Sardinha. Maeztu pensaba, más bien, en una revista de carácter hispanoamericano, hasta el punto de que proponía el título Hispanidad. Yo, en cambio, me proponía hacer una revista política, de lucha, aunque eminentemente doctrinal, de acuerdo con el pensamiento de los grandes maestros del tradicionalismo español.» (Eugenio Vegas Latapie, Memorias políticas. El suicidio de la Monarquía y la Segunda República, Planeta, Barcelona 1983, pág. 88.)

El primer número de la revista aparece con fecha 15 de diciembre de 1931, figurando como director «El Conde de Santibañez del Río», título nobiliario que servía de alias literario a Fernando Gallego de Chaves Calleja, más conocido en su entorno como Marqués de Quintanar, y así figura en la revista hasta el número 27 (16 abril 1933). Desde el número 28 (1 mayo 1933) se produce una reorganización, pasando «El Conde de Santibañez del Río» a figurar como Fundador, y apareciendo Ramiro de Maeztu como director. Con ese número se reparte una hoja suelta en la que podía leerse:

«A nuestros amigos: ACCIÓN ESPAÑOLA se ve precisada a dirigir a sus lectores, a sus amigos, un llamamiento.
Nacida en momentos de angustia nacional, ACCIÓN ESPAÑOLA se propuso como tarea el renacimiento de la fe en los destinos patrios, y la elaboración de una doctrina, sobre la que llegado el momento, pueda asentarse firmemente la obra del que la Providencia nos tenga reservado para caudillo y guía.
Sin doctrina sólida y verdadera, los mejores propósitos están condenados al fracaso. Golpes de Estado y cambios de gobernantes se han repetido con frecuencia en los últimos cien años, sin conseguir evitar que España continuara suicidándose lentamente, como ya en 1911 decía Menéndez y Pelayo.
Al campo de batalla de las ideas hemos salido con la pretensión de hacer luz y denunciar los engaños, con absoluto desinterés, ajenos a toda indicación de partido o de bandería, al servicio solamente de la Verdad.
No nos ha faltado el aliento de nuestros amigos: contamos con cerca de tres mil lectores en España y en la América española. Pero nos faltan medios materiales, y por eso nos dirigimos en demanda de auxilio a cuantos quieran cooperar a nuestra obra.
ACCIÓN ESPAÑOLA no es un negocio particular; nació al impulso vehemente de su fundador el Conde de Santibáñez del Río, que –caso poco frecuente- acudía así a hacerse cargo de su parte de tarea en la función directora a que le llamaban su inteligencia y su nombre. Pero ACCIÓN ESPAÑOLA no fué nunca una propiedad particular; como bien común de todos los españoles, a él confiado, la consideró siempre su fundador; y en ostensible demostración de ello acaba y de cederla a una Sociedad civil titulada CULTURA ESPAÑOLA, presidida por D. Ramiro de Maeztu y formada por el Conde de Santibáñez del Río, D. José María Pemán, D. Jorge Vigón, el Marqués de las Marismas, el Marqués de la Eliseda, D. Luis Vela y el que firma estas líneas. Esta Sociedad aspira a ser como el Consejo de Administración que represente a todos los que comparten nuestras mismas ideas, a quienes correspondería así, en cierto modo, el carácter de propietarios, asegurado por el acuerdo que se tomó en la primera sesión celebrada por la Junta de la Sociedad que, a la letra dice: «Se acuerda, así mismo, que en ningún caso se repartirán beneficios entre los socios, dedicándolos, caso de haberlos, al fomento indefinido de los fines de esta Sociedad»; fines que se concretan, según consta en la escritura fundacional a la difusión de la cultura tradicional española.
Para poder subsistir ACCIÓN ESPAÑOLA necesitaría elevar el precio de la suscripción, en términos que vedarían su lectura a gran parte de nuestros amigos. Pero no es sólo esto; sino que nuestro propósito alcanza a la introducción de mejoras en nuestras colaboraciones, incorporando a las que ya vienen prestándose otras valiosísimas nacionales, y trayendo a las páginas de la revista el pensamiento de las primeras figuras de la intelectualidad alemana, francesa, inglesa, italiana y portuguesa, que hoy toman parte en la liza contrarrevolucionaria. Pero la debida retribución de unos y otros y la manifiesta necesidad de ofrecer a nuestros investigadores y estudiosos un aliciente, exterior a su propia vocación y a su consagración al trabajo, exigen recursos de que no disponemos.
Queremos crear una editorial que ponga al alcance de todas las manos los libros que sirven nuestra causa; y no es preciso decir lo que esto demanda.
Nuestra empresa requiere medios materiales abundantes, y en petición de ellos acudimos a nuestros lectores. Todos pueden ayudarnos de un modo o de otro.
El que menos, puede auxiliarnos difundiendo entre sus amistades nuestra revista; un grado más consistirá ya en buscar nuevos suscriptores, ¿quién no puede proporcionarnos siquiera uno? De este modo en poco tiempo tendríamos doblada nuestra suscripción y la revista en condiciones normales de vida.
Otro medio de favorecernos consiste en conseguirnos anunciantes. Buscad anunciantes para nuestra Revista y comprad a los que en ella se anuncien.
Habrá también quien pueda ayudarnos económicamente, con pequeñas o grandes cantidades; no hay para nosotros donativo pequeño. En estos momentos, quienes comulguen con nuestras ideas y puedan ayudarnos, no lo hagan, traicionan a España.
No consideraremos tampoco ningún donativo grande, porque los horizontes de nuestros proyectos son dilatadísimos y para realizarlos no nos parece excesiva ninguna cantidad. No llamaremos Mecenas a quienes nos apoyen. Les llamaremos, más sencilla y más exactamente, patriotas. Madrid 1 de Mayo de 1933. Eugenio Vegas Latapié.
Nota. Estando «ACCIÓN ESPAÑOLA» en período de reorganización, suplica a sus abonados perdonen las deficiencias administrativas que surjan.»

Para seguir la historia de Acción Española se hace imprescindible la lectura de las memorias políticas de Eugenio Vegas Latapie –tres volúmenes: Planeta, Barcelona 1983; Tebas, Madrid 1987 y Actas, Madrid 1995– (descontando siempre los excesos de protagonismo achacables a la natural subjetividad de todo memorialista). Leánse como ejemplo los equilibrios previos a la asunción por Ramiro de Maeztu de la dirección de la revista:

«En la última página del número 24 de Acción Española se anunciaba que la redacción y administración de la revista quedarían instaladas en un piso de la Glorieta de San Bernardo, a partir del siguiente número. El traslado fue acompañado de una drástica organización de los servicios administrativos, exigidos por la crítica situación económica en que nos hallábamos. El plan de austeridad implicaba, por de pronto, la supresión de todo el personal remunerado, cuyas funciones serían realizadas gratuitamente por algunos socios.
Cometí la torpeza de citar a la misma hora a los tres funcionarios retribuidos, designados por Quintanar entre amigos y allegados, para exponerles las razones que obligaban a reducir al mínimo los gastos. Con ellos cité también al conserje y a un joven ayudante administrativo. Acudieron todos puntualmente a la cita y se reunieron en la habitación habilitada para oficinas. En un despacho próximo nos encontrábamos algunos directivos de Cultura Española. Cuando me disponía yo a ir a entrevistarme con los funcionarios convocados, para hacerles ver la imperiosa necesidad de proceder a drásticas economías, llegó Maeztu y preguntó qué sucedía. Le explicamos brevemente la cuestión, que ya le era conocida, y se brindó él a notificar su cese al personal. Salió Maeztu de la habitación en que estábamos reunidos los directivos y cuando aún no había transcurrido un minuto volvió a entrar diciendo: «Ya está.» Le preguntamos asombrados cómo se había producido todo con tanta rapidez y con inmensa ingenuidad nos contestó: «Pues muy sencillamente. Les he dicho: quedan ustedes despedidos.» Y, al ver nuestro asombro e incluso consternación, agregó: «Me ha sido muy placentero.»
Tan poco diplomática actuación de Maeztu produjo la dimisión fulminante del marqués de Quintanar de la dirección de la revista, como gesto público de solidaridad con sus amigos, tan secamente despedidos. Se nos planteó entonces el problema de la designación del nuevo director. Ocioso es decir que el nuevo nombramiento había de ser tratado y resuelto en junta de socios, a la que pertenecía Maeztu. Pero no recuerdo por qué razón se retrasó algo el abordar el tema cuando recibí un día, en mi casa, una carta de Maeztu redactada en términos afectuosos, pero dolidos; tras de algunas reticencias, que me resultaron incomprensibles, me anunciaba que no volvería a nuestras diarias reuniones, aunque seguiría escribiendo en la revista, si aceptábamos su colaboración. La lectura de aquella carta me dejó sumido en la más completa confusión. No entendía nada. ¿Qué podía haber sucedido para que Maeztu me notificara su apartamiento de nosotros? Por más que hacía examen de conciencia, a ese respecto, no lograba percibir la más débil luz que me sacara de la oscuridad en que me hallaba sumido. Y como mi conciencia se encontraba absolutamente tranquila, me resolví a atacar de frente la enigmática cuestión; es decir, a presentarme en casa de Maeztu para suplicarle que me pusiera sus cartas boca arriba, puesto que yo no tenía ninguna encubierta. No fiando en la destreza de mi gestión, rogué a José Ignacio Escobar que me acompañara e interpuse su influencia para esclarecer y resolver el asunto.
Después de saludarnos afectuosamente, mostrándole la carta que me había escrito, le manifesté mi sorpresa. Después de una serie de rodeos y divagaciones, terminó don Ramiro por confesar que la carta era consecuencia de unas palabras de Eliseda referentes al nuevo director de la revista. Por lo visto, encontrándose pocos días antes a solas con Eliseda, por habernos retrasado los demás contertulios de Cultura Española, le dijo que había que ir pensando en la designación de nuevo director, a lo que Eliseda le respondió que la cosa había sido ya decidida con el nombramiento del portero. Tales palabras fueron interpretadas por Maeztu en el sentido de que, antes de nombrarle a él, preferíamos a cualquiera, cuando la realidad es que en alguna ocasión llegó a insinuarse la conveniencia de colocar a un «hombre de paja» al frente de la revista, en evitación de posibles futuras persecuciones. Sin duda alguna eso es lo que Eliseda quiso decir.
Desvanecido en el acto el equívoco y restablecida la más completa cordialidad, allí mismo rompí la carta recibida y decidí, precisamente, que fuese Maeztu el nuevo director de Acción Española.» (Eugenio Vegas Latapie, Memorias políticas. El suicidio de la Monarquía y la Segunda República, Planeta, Barcelona 1983, págs. 171-172.)

El número 33 (16 de julio de 1933) incorpora tres novedades: el rediseño de la cubierta de la revista (que se explica en el número 36: «Nuestra portada») con elementos más modernos en la línea del cubismo; la incorporación del emblema de Cultura Española: caballero lector jinete en su caballo bajo la cruz-espada de Santiago, al que se invoca al modo clásico, «¡Santiago y cierra España!»; y en la contracubierta el lema que adoptó la revista: «Una manu sua faciebat opus et altera tenebat gaudium.»

cubierta de Acción Española hasta el número 32, 1 julio 1933cubierta de Acción Española desde el número 33, 16 julio 1933

«8. Acción Española (AE). En otoño de 1930 establecieron contacto entre sí tres personas que habían de ser los fundadores y adalides de la revista «Acción Española» y de la sociedad cultural del mismo nombre.
Estas personas eran: el escritor Ramiro de Maeztu, que acababa de regresar de Argentina –donde había sido embajador de España durante los años 1928 y 1929–; el marqués de Quintanar, ingeniero de caminos, muy conocedor y entusiasta del partido integralista portugués fundado por el malogrado Antonio Sardinha; y, por último, Eugenio Vegas Latapié, auditor de guerra, letrado del Consejo de Estado y, a partir de noviembre de ese mismo año, presidente de la juventud monárquica de Madrid. Vegas era un incansable propugnador de los principios básicos del Derecho Público Cristiano y muy conocedor de la «Acción Francesa» que había revitalizado la doctrina y la organización monárquica en Francia, constituyendo en frase del cardenal Gharost «el único movimiento serio y eficaz contra los principios de la Enciclopedia y de la Revolución francesa que había existido en Francia desde 1789».
Pensando en la necesidad de fundar una escuela, lo más científica posible, de pensamiento contrarrevolucionario, pronto llegaron a un acuerdo sobre la posibilidad de publicar una revista doctrinal que defendiera y propagara los principios católicos y monárquicos; pero hubieron de aplazar sus proyectos por no contar con los recursos económicos precisos. Interim aceptaron la oferta de los directivos del diario madrileño de la tarde La Nación para publicar cada quince días con el nombre de «Contrarrevolución» cuatro páginas encartadas en dicho diario. El anuncio-programa que se publicó en La Nación terminaba con estas palabras: «¡Viva España! y para que España viva ¡Viva el Rey!». Esta consigna revelaba que los fundadores de la «Contrarrevolución» consideraban a la monarquía no como un fin en sí misma, sino como medio o instrumento para el mejor servicio de España. La súbita proclamación de la República impidió que el anunciado proyecto se hiciera realidad. El 15-XII-1931 salió el primer número de la revista «Acción Española» merced a haberse aplicado a su puesta en marcha parte de una cantidad donada al general Luis Orgaz para sus trabajos de propaganda monárquica en el ejército y a las inquietudes y entusiasmos del teniente auditor del cuerpo jurídico-militar D. Eugenio Vegas Latapié, que soñaba con crear una revista de gran altura intelectual que expusiera y propagara los principios fundamentales del Derecho Público Cristiano. En frecuentes diálogos con Ramiro de Maeztu, con el padre Félix García y con el padre Gafo había tratado sobre este asunto aprobado por todos ellos; siendo así que la presentación programática de la revista –que no estaba firmada– fue hecha por Ramiro de Maeztu en el editorial que encabezó el primer número. Por este trabajo su autor obtuvo el premio «Luca de Tena» de 1931. Este artículo figura también como «proemio» en la obra de Maeztu Defensa de la Hispanidad.
La revista comenzó siendo quincenal, pero más tarde se convirtió en mensual. Su director era el marqués de Quintanar. Tras el editorial-manifiesto, la revista emprendió su tarea, proclamando desde el primer momento que pensaba contar con todos los medios para su propósito. Luis María Ansón en su libro Acción Española ha hecho un apretado estudio de los trabajos aparecidos en ella.
La obra de la publicación fue continuada y prolongada en la asociación que, con el mismo nombre de Acción Española, se fundó para dar conferencias y cursillos. En torno a ella se fueron agrupando todos los elementos intelectuales más salientes, tanto del campo monárquico alfonsino –que, como es lógico, constituían su mayor número– como del tradicionalista (Víctor Pradera, conde de Rodezno, Javier Reyna –Fabio en el Siglo Futuro–, Marcial Solana, González de Amezúa), de la recién nacida Falange (Eugenio Montes, Sánchez Mazas, Ledesma Ramos, Giménez Caballero, Aguado), y también algunos pertenecientes a Acción Popular y El Debate (marqués de Lozoya, González Ruiz, Fernández Ladreda).
La revista se publicó desde diciembre de 1931 a junio de 1936, viéndose interrumpida su publicación –por clausura gubernativa– en agosto de 1932 como consecuencia del fracasado movimiento militar del 10 de agosto de ese mismo año que acaudillaba el general Sanjurjo. Por lo demás, la revista se publicó ininterrumpidamente y con progreso constante tanto en el número de suscriptores –pasaban de 2.000– como en el de colaboradores. Las ciudades españolas que contaron con mayor número de suscriptores fueron: Madrid, Barcelona, Bilbao y Santander. También fue importante la penetración en la casi totalidad de las repúblicas hispano-americanas y en Filipinas, destacando, entre sus colaboradores del otro lado del Atlántico, el mejicano Alfonso Junco y el nicaragüense Pablo Antonio Cuadra.
Al reinaugurarse los locales de Acción Española, el 3-V-1934, se publicó una nota en la que se decía: «Nuestra labor será, como ya fue, al margen de todo partido político, pura y estrictamente cultural. Por ese rodeo que va desde la Logia hasta la Institución Libre de Enseñanza, a la tribuna, a la prensa y a la calle, llegó el enemigo a la Revolución. Por un parecido rodeo debemos llegar a la Contrarrevolución nosotros». Firmaban José María Pemán, presidente; Pradera, Ruiz del Castillo y Sáinz Rodríguez, vicepresidentes; Ramiro de Maeztu, el marqués de Lozoya, Calvo Sotelo, Ibáñez Martín, González de Amezúa, Juan Antonio Ansaldo, el marqués de Quintanar, Manuel Pombo Polanco, vocales; Eugenio Vegas, secretario; marqués de la Eliseda, tesorero; Javier Vela del Campo, contador.
Se anunciaban los primeros cursillos que se desarrollarían en la sociedad: marqués de Lozoya, Semblanza de Felipe II; Ramiro de Maeztu, Historia del Liberalismo; Marqués de la Eliseda, Economía y nuevo Estado; Jorge Vigón, La religiosidad en el ejército. También anunciaban que darían conferencias Esteban Bilbao, José Calvo Sotelo, José Yangüas Messía y José Ignacio Escobar.
El día 8 de mayo se celebró la sesión de apertura de Acción Española. Sáinz Rodríguez dijo entre otras cosas: «Acción Española ha logrado reunir a un grupo de intelectuales en torno a una idea de la cultura nacional.»
El último número de «Acción Española» corresponde al mes de junio de 1936. El de julio estaba compuesto y en espera de ser tirado al producirse el Alzamiento Nacional; por lo que desaparecieron la composición y los originales en la imprenta. El editorial se debía a la pluma de Ramiro de Maeztu que refutaba una carta del filósofo francés Jacques Maritain, la cual se reproducía íntegramente. También figuraban entre los originales de este número, destruido antes de nacer, el primer capítulo de un libro titulado Romance del Escorial, escrito por un joven religioso agustino, el padre Conrado Rodríguez, asesinado en los comienzos de la guerra de la liberación.
Bibliografía.: J. Arrarás, Historia de la segunda República española, 2 vols., Madrid 1956; V. Marrero, Maeztu, Madrid 1955; L. M. Ansón, Acción española, Zaragoza 1960; E. Vegas Latapié, Recuerdos de los últimos años de Pradera: diario ABC 16-XII-1973; id., Escritos políticos, s. l. ni a.; A. Fontán: Los católicos en la Universidad Española, Madrid 1961; M. Ramírez Jiménez, Los grupos de presión en la segunda República española, Madrid 1969; Antología de Acción Española, Burgos 1937; R. de la Cierva, Historia básica de la España actual, Barcelona 1974; J. M. García Escudero, Historia política de las dos Españas, II, Madrid 1975. Eugenio Vegas Latapié.» (apartado octavo, firmado por Eugenio Vegas Latapié, de la entrada «Partidos Políticos Católicos» del Suplemento I, CSIC, Madrid 1987, págs. 588-589, al Diccionario de Historia Eclesiástica de España, dirigido por Aldea & Marín & Vives.)

Confirmación de la importancia que se atribuye al papel jugado por Acción Española la encontramos en los abundantes estudios que se le han dedicado (al margen de la menor o mayor calidad, sectarismo, parcialidad o progresismo de los mismos). Mencionemos los de Luis María Ansón (Acción Española, Zaragoza 1960), Raul Morodo ('Acción Española', orígenes ideológicos del franquismo, Tucar, Madrid 1980, 410 págs.), Javier Badía (La revista 'Acción Española', aproximación histórica y sistematización de contenidos, Pamplona 1992) y Pedro Carlos González Cuevas ('Acción Española', teología política y nacionalismo autoritario en España, 1913-1936, Tecnos, Madrid 1998, 411 págs.).

  • Rodríguez, A. P. (2017). Salazar y Franco: la alianza del fascismo ibérico contra la España republicana: diplomacia, prensa y propaganda. Trea.

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